lunes, 8 de abril de 2019

Leer y escribir 2

Guillermo Bustamante[1]

¿Qué es leer? No sé. Pero sí sé que es el asunto mismo del estudiante; bueno, a veces, además escriben. Cuando, en clase, sugiero leer en voz alta, adviene el ritual: hay que acabar. Pero, ¿sirve de algo acabar, mientras uno se quedó atrás, mientras la voz va corriendo adelante? El ritual, además, viene con definiciones; por ejemplo, que una frase tiene sentido completo y que va de punto a punto. Entonces, si vamos a leer, pensamos que al menos hay que comenzar en la mayúscula y terminar en el punto. Al menos. Pero todos hemos experimentado problemas a mitad de la frase. Todos hemos tenido que volver a leer una oración, un capítulo, un libro entero. ¿Cuál sentido completo? Al volver a leer, todos hemos encontrado cosas que no habíamos visto. ¿Cómo así, si yo ya lo había leído? Y, bueno, ¿esto no amerita una idea de lectura que vaya más allá de las obviedades formales? Eso no quiere decir que las formalidades sobren o que haya que eliminarlas, como están prestos a pensar los jóvenes espíritus. Significa más bien ir más allá de las formalidades, pero a condición de servirse de ellas.

Leer es como todo en la vida: complejo para el que piensa; sencillo para el que está cómodo sin pensar. Con todo, la complejidad de la lectura no nos impide leer, así no la hayamos comprendido, así no entandamos partes del texto. Creo que entendemos cabalmente qué es la lectura cuando ya no hay caso: unos segundos antes de morir. ¿No hay allí un secreto? Mientras más leemos, más nos acercamos a entender qué es eso, pero también nos acercamos al fin. Cuando conquistamos la idea, ya no nos sirve... pero —dada esa condición— no tiene sentido abandonar la tarea. Es una tarea en cuyo cumplimiento se nos va la vida. ¿Y si la tarea no era entender, sino hacer el esfuerzo? En el camino, vaya si obtenemos regocijos (a no ser que uno lea sólo en tanto corrector de pruebas del directorio telefónico). Pero no es el estado permanente, ni la condición constante de lo leído, ni la disposición en que leemos. Lo que hoy nos parece aburrido, mañana puede deleitarnos. No es responsabilidad del texto, que ha permanecido. Es nuestra transformación la que encuentra diversos textos. Si Heráclito decía que nadie baja dos veces al mismo río, también habría podido decir (de seguro, alguien ya lo ha hecho) que nadie lee dos veces el mismo texto. Roland Barthes decía que leer era como atravesar un río: cada vez lo hacemos saltando por piedras distintas.

Así las cosas, leer está incorporado a nuestra propia transformación. Fíjense que esa manera de entender la lectura ya no tiene que ver con el número de caracteres devorados por segundo, ni con la reducción paulatina del número de errores cometidos al pasar letras a sonidos. Saber leer no es una habilidad, más bien es habilitante. No es que haya un sujeto frente a un texto. Hay alguien forjándose, frente a algo que participa de esa forja. Claro que quienes se están forjando tienen diferentes grados de resistencia al efecto forjador que se les devuelve. Uno puede leer en tal ensimismamiento que lo sorprende el alba sin haber pegado el ojo; pero también puede quedarse dormido a la segunda página. Incluso hay quienes tienen un libro en la mesa de noche, no para leer, sino ¡para dormir! Es que los sujetos escogen de qué —y de quienes— dejarse forjar. Y la elección tiene que ver con modalidades de satisfacción. De entrada, es claro: el libro no es comestible (aunque alguien pueda comérselo, ¿no preferirá algo hecho para eso?), no es un arma (aunque se puede usar de esa manera, ¿no es más funcional un utensilio hecho para eso?), no es un amigo (se puede, pero...). Es decir, su asunto está más allá de esa materialidad; tiene que ver con lo que podemos construir en nuestra cabeza a partir de sus registros. Por eso uno no renuncia, así sea de vez en cuando, a quedarse dormido leyendo: ¿cómo así que me toca trabajar duro y, sin embargo, la satisfacción ligada a tal trabajo siempre se corre hacia adelante —como el horizonte—, cada vez que parece que me acerco? Leer va exigiendo tiempo y promete satisfacciones con objetos inteligibles. ¡Vaya si se necesita ser muy raro para preferir leer, en lugar de partirle la espinilla al enemigo!



[1]Profesor Universidad Pedagógica Nacional. Maestría en Educación.Magíster en «Lingüística y español» Universidad del Valle – Cali. Doctor en Educación Universidad Pedagógica Nacional - Bogotá (2006-2011). Ganador del premio «Jorge Isaacs», en la modalidad de cuento. Gobernación del Valle, 2002. Ganador del Tercer Concurso Nacional de cuento, Universidad Industrial de Santander, 2007. Mención de Honor en el Tercer Concurso literario «El Brasil de los sueños». Bogotá, Instituto de Cultura Brasil-Colombia – IBRACO, 2008.



No hay comentarios:

Publicar un comentario