martes, 30 de junio de 2020

Leer y escribir 8,

Leer y escribir/historias de vida/autobiografía

Breve Pincelada de mi Autobiografía


David Camilo Riveros Hernández[1]


Ida a Argentina y Regreso a Colombia: Han pasado dos años desde que conseguí mi primer trabajo formal ejerciendo mi profesión, como profesor de arte digital en mi antiguo colegio. Me consume solo 14 horas a la semana y es bien pago, pero no es suficiente, no me llena. No deseo permanecer en este trabajo por más tiempo. Quiero cambios y los quiero pronto. Bogotá me aburre, nada cambia, todo sigue igual, las mismas fiestas y momentos tienden a convertirse en una rutina. Proyecté en un momento hacer un posgrado, con miras a algún día poder ser profesor en mi escuela de diseño gráfico, en mi Universidad Nacional. Uno de mis compañeros de trabajo, el profe de cine, me lanza una idea a la que me voy a aferrar: ir a cursar un posgrado en Argentina. Parece que tras la crisis de 2001 ese país se ha sabido recuperar y goza de buena estabilidad. Cuentan que se vive bien, hay trabajo, y se puede vivir y trabajar legal. Sin pensarlo mucho más busco un posgrado que se pueda ligar a mi ámbito profesional. Decido cursar una especialización en diseño comunicacional en la Universidad de Buenos Aires. Aunque en el fondo el estudio no es mas que una excusa para irme. Quiero emigrar, quiero conocer otras latitudes, quiero vibrar. Quiero soltar este letargo que me inunda, quiero ver otra gente más que la misma que veo cada semana. Por esto hago todas las vueltas y papeleos sin descanso y en cuestión de meses confirmo mi viaje y mi aceptación en el posgrado. Me voy para Buenos Aires sin conocer a nadie ni saber mayor cosa de la ciudad. Pero me voy feliz, con ganas de volar, con los ánimos refundados por ese deseo de encontrar algo nuevo o distinto. El tiempo me llevará por caminos nuevos y caminos conocidos, y después de mucho trasegar descubriré que en cuanto te alejas de tu tierra, las raíces comienzan a apretar. Que eso que antes no valorabas, empieza a hacerte falta. Que por más placeres mundanos pasajeros que la vida te da en lugares lejanos, ninguno va a superar el amor de la familia y el sentirte de regreso en tu ciudad natal. Que ese verde espeso y permanente que vemos en Colombia al viajar por sus carreteras, diverso y cambiante, no es algo común en cualquier lugar. Que este clima que cambia según la altura sin importar la época del año, es una magia tropical que hasta no vivirla muchos creen que no es real. Que esa humildad de nuestras gentes, su inocencia en la mirada y frecuente ingenuidad, más que un defecto es un secreto que debemos guardar, porque ya se ha perdido en casi todo lugar. Al irse lejos todo lo malo se olvida, y solo lo lindo y lo bueno es digno de ser recordado. Lo malo y negativo nos estará esperando al regreso, para hacernos caer en cuenta que la vida es un constante ir y venir de situaciones que cambian y se modifican según las caminemos e interpretemos. Argentina me ha obsequiado una riqueza inmensa, de una cultura de la resistencia y el respeto que está por construir aun en mi tierra natal. Una ciudadanía con una base educativa fuerte, que se reconoce sujeta de derechos y deberes, y exige del Estado y las empresas, y de si misma como sociedad, se le considere y respete como tal. Con sus virtudes y defectos, he llegado a vivir una cuarta parte de mi vida en Buenos Aires, y me he sentido parte de ella. Un pedacito mío siempre se sentirá Argentino, y consideraré a ese país mi segunda patria. Buenos Aires me ha marcado para siempre: ciudad de inmigrantes, ciudad abierta, ciudad amiga; ciudad sucia, ciudad violenta, ciudad fría; ciudad bipolar, ciudad enloquecida. Toda una ciudad de la furia.

Mi entrada a la Universidad Nacional tuvo que esperar: Mi sueño al graduarme del colegio había sido entrar a la nacho y se me habían dado todas las herramientas para lograrlo. Recibí de parte del colegio el formulario de inscripción como bachiller preferencial. El vicerrector me preguntó varias veces si estaba seguro de querer estudiar en la nacional. Al estudiar en un colegio privado, solo un mínimo de mis compañeros se decidía por entrar a una universidad pública. Me presenté para diseño gráfico. De más de 1000 estudiantes que se presentaban para esa carrera, solo 90 pasaban al examen específico. Pasé. De esos 90, 27 serían los seleccionados para estudiar. El segundo examen, al menos estadísticamente, parecía más factible de superar. Pero no lo pasé. Entré en crisis y en una pelea con Dios que duraría bastantes años más. Sin embargo, mis padres se negaban a la idea de dejarme un semestre sin estudiar, mientras me volvía a presentar. Ingresé a la Corporación Universitaria Las Mercedes para estudiar diseño gráfico, recomendada por mi profesor de taekwondo. Una de las muchas universidades de garaje de nuestra ciudad, casualmente situada en frente al campus de la Universidad Pedagógica Nacional, sobre la calle 73. Fue allí donde conocí personas que cambiarían mi óptica de la realidad para siempre. Compañeros de estudio, de otras zonas de Bogotá que nunca había visitado ni conocido en profundidad. Me presentaron géneros musicales que no conocía bien, que me cautivaron e interesaron profundamente, trascendiendo más adelante en deseos de cantar y conocer otras versiones del mundo más allá de las oficiales. Al conocer el Reggae y analizar sus letras y contenidos, muy pronto me interesaría por las luchas raciales de América Latina, África, Medio Oriente, y Asia. Pronto también descubriría un rugir en mi voz similar al de algunos cantantes jamaiquinos. Me convertiría en un artista, en un cantante, denunciando realidades que había comenzado a conocer de primera mano en los barrios bogotanos del suroccidente. Todo un nuevo mundo se abría ante mí, que me mantendría cautivado por casi una década, hasta que sus mismos excesos y contradicciones me llevarían a alejarme de él. 

Finalmente llegó la etapa triunfal en la Universidad Nacional: Ya me había presentado dos veces a la nacho, y las dos veces había perdido el examen específico. Me sentía decepcionado. Pasaba el examen que descabezaba a miles y no lograba pasar el que se definía por mi talento artístico. Si no pasaba al tercer intento, optaría por estudiar literatura. Los libros y la escritura habían sido mi pasión desde la infancia, pero siempre habían ido de la mano de la depresión. Además, la incertidumbre de no saber a qué dedicarme laboralmente siendo literato, me habían alejado de mi pasión. Pensaba que estudiando diseño al menos podría perfilar mis gustos por el arte hacia un campo laboral. Pero si al tercer intento tampoco pasaba, llegaría el momento de sumergirse en las aguas profundas y pesadas de la literatura. En la época previa a este tercer intento mi mamá encontró que ofrecían cursos abiertos en la nacho en la misma facultad de artes de la cual quería hacer parte. Me sugirió que hiciera uno y aprovechara para preguntar a los profes sobre claves de cómo pasar el examen específico de diseño gráfico. No pudo tener más razón. El profesor del curso elegido, de humor gráfico y caricatura, había sido profesor en la carrera de diseño gráfico y había tenido que evaluar los exámenes específicos. Me dijo que el secreto no era la cantidad, sino la calidad: más que terminar de llenar todo el examen, debía ser muy creativo en los puntos que me exigieran dibujar y plasmar ideas propias. Fue lo que hice cuando llegó el momento. Me salté todo el examen y me concentré en los ejercicios abiertos de dibujo del final. No busqué usar demasiados colores ni marcadores, sino que con un solo lápiz dibujé lo más creativo que se me ocurriera. La decisión surtió efecto: pasé el examen específico quedando en el séptimo lugar entre más de 1500 estudiantes. Entré por fin a la nacho, la cual me cambiaría para siempre, para bien y para mal. Conocería las obras de Karl Marx, Friedrich Engels, Mao Tse Tung, y Vladimir Ilich Lenin. También me sumergiría en el profundo consumo de marihuana y se me facilitaría el acceso a otras sustancias. En la nacho todo estaba al alcance de la mano. Pasaría el 11 de septiembre de 2001 en una pedrea monumental avivada por la visita a Colombia del Secretario de Gobierno de los Estados Unidos, quien al final nunca llegaría porque las torres gemelas caerían ese día. Yo solo me enteraría a la tarde, al volver a casa oliendo a pólvora y gas, tras un tropel histórico. Se llegaba, pero nunca se sabía, a qué hora nos iríamos. Todos los días podía haber fútbol, tomata, fumiza, parranda o parqués, además de estudio. La U. era la zona de tolerancia más grande de Bogotá. Un lugar en el que se podía sentir la libertad. El carné daba derecho a armar y fumar un porro en la cara de un guardia de seguridad. Los tropeles y las peleas a piedra con los tombos, por defender la universidad, daban un sentido de pertenencia sin igual. Las marchas por la 45, la 26, la séptima, hasta la plaza de Bolívar, en protesta a los asesinatos de estudiantes, en el 2012, o el 1º de mayo, hacían sentir que la vida tenía propósito. Las tardes pastando en los prados del campus son una actividad inolvidable, difícil de llevar a cabo en la actualidad. La nacho me ofrecía y me quitaba todo a la vez. El cielo y el infierno, la luz y la oscuridad, la vida misma, cada día, cada mañana, cada semana, por cinco años que siempre voy a recordar.

La Etapa Escolar se desarrolló en Dos Lenguas: Decidieron matricularme en el Colegio San Carlos, para que tuviera una educación bilingüe y aprendiera inglés desde niño. Más allá de los traumas y problemas de haber estudiado en un colegio católico bilingüe masculino, los conocimientos que allí adquirí determinaron muchas cosas en mi vida. Una educación que muchas veces miraba mas a los Estados Unidos que a Colombia. Un férreo y estricto régimen en los años de primaria, con profesoras mayores, muchas de ellas nativas estadounidenses, de temperamentos fuertes y una cruel creatividad retórica para los regaños. Como consecuencia crecí y me formé hablando y pensando en dos idiomas, y lo sigo haciendo hasta el día de hoy. Crecí conociendo sobre personajes y obras tanto de Sur como de Norteamérica, y fui educado bajo el modelo de otro país; fui preparado para irme de Colombia y seguir mi vida en los Estados Unidos, hablando otro idioma y entendiendo otra cultura más allá de la mía. Muchos de mis compañeros emigraron, algunos para estudiar, otros más adelante para trabajar. Pero esa nunca sería mi intención. Llegaría la universidad pública para concientizarme de las luchas y las riquezas de mi tierra, y hacerme entender que más allá de todo lo extranjero que aprendí, soy mucho más colombiano que de cualquier otro lugar.

La medicina ancestral indígena llega y genera un cambio estructural:  Hacia las 9 de la noche tomé la copa del espeso, dulce y amargo remedio. Sus fuertes efectos físicos y psicológicos me hicieron temer por mi repentina muerte y rogarle a Dios por mi vida, tras invocarlo cientos de veces en la noche; después de tantos años de haberlo mantenido al margen de ella. También tuve visiones, proyecciones de mi existencia, posibles alternativas de vida a mediano plazo. Me vi aquí mismo, en esta vereda del Putumayo, al borde de la carretera Villa Garzón - Puerto Asís. Caminaba por estos mismos caminos, pero ya no como un visitante. Vivía acá, trabajaba en la escuela. Compartía mis conocimientos del idioma inglés con los niños y las niñas de la comunidad. Hacía parte de esta otra Colombia, lejana y profunda. Interpreté estas visiones como una señal: mi nuevo camino debía ser el de la educación. Sería mi modo de aportar al mundo, hermanando mi disciplina del diseño gráfico con los fines sociales que siempre había querido darle a mi vida. Las visiones se fueron, pero su mensaje se mantiene hasta el día de hoy en mi mente, tras tantos caminos recorridos. Fueron la señal disparadora de un cambio radical en mi vida. Tuve que pasar año y medio de trabajos y ahorros para encausar el mensaje en una decisión académica. Decidí cursar una maestría en educación que años atrás no me hubiera contemplado realizar. Las tomas de yagé continuaron, los mensajes se mantuvieron y el propósito fue ratificado: izar las banderas de la educación, como un apostolado encomendado por Dios al hacerme tan consciente de su existencia a través del remedio.

El trabajo con las comunidades afrodescendientes me sensibiliza más: Sobre nuestro grupo de trabajo se cierne un sol abrasador. Una fuerte humedad inunda el ambiente. Llevamos horas recorriendo las distintas casas, en su mayoría humildes, de los habitantes de Ararca, uno de los corregimientos de Barú, en Cartagena de Indias. Hemos caminado a través de matorrales, barrizales; casas con pisos de tierra o de baldosas; casas con sofás o con sillas hechas de palos. Humildad mayoritaria. Hemos documentado y fotografiado. La intención del proyecto que llevamos a cabo, de crear libros infantiles a partir de historias de los pobladores, es una idea movilizadora. La jornada ha sido larga, y es la primera de muchas. Pero las sonrisas de los niños, llenas de inocencia, alegría, esperanza y ganas de vivir, son suficientes para olvidar cualquier cansancio corporal. El hecho de que mi esfuerzo pueda contribuir a proporcionarles una buena calidad de vida me llena el alma. Es entre el barro, en medio de un caserío insular a 38 grados centígrados, donde soy feliz y siento que lo que hago en mi vida sí vale la pena. Debo encontrar cómo hermanar el voluntariado con un modo viable de supervivencia. He ido a visitar la Escuela de Bellas Artes de la ciudad. Una de las carreras ofrecidas en la escuela es diseño gráfico: mi profesión. Me he entrevistado con el director de la carrera. Le he presentado mi hoja de vida. Mis once años de experiencia laboral en Argentina le han llamado la atención. Pero igual es pertinente y necesario cursar una maestría en pedagogía o educación para ser profesor en la escuela. Las visiones de mis tomas de yagé regresan a modo de recuerdos. Esa maestría puede ser la manera de virar mi profesión hacia la tarea encomendada de enseñar, también de enfocar mis conocimientos y experiencia laboral hacia la educación, y de adquirir conocimientos enfocados en poblaciones particulares del país.

Conclusión: Son muchos los momentos y experiencias que nos determinan o nos marcan en nuestra construcción como sujetos. Si nos ponemos en la tarea de recordarlos, detallarlos y analizarlos respecto a lo que somos actualmente, estos parecen presentarse y comprenderse con mayor claridad. El pensarme y sentirme profesor me permite mirar hacia atrás y encontrar esos hechos que me trajeron hasta acá. El ejercicio autobiográfico me evidencia su efectividad a nivel reflexivo, para preguntarme quién soy, dónde estoy, y para dónde voy. Me seduce también como método investigativo y pedagógico que genere reflexiones iguales o más profundas en mis propios estudiantes, y que permita, por fin, escuchar esas otras voces, muchas veces ignoradas o subvaloradas, de nuestros otros, para construir nuestra propia epistemología de la otredad.


[1] Estudiante Maestría en Educación UPN. dcriverosh@upn.edu.co Elaborado en el marco del seminario "La Voz de las Otros", llevado a cabo por el Profesor Gabriel Lara en el semestre 2020-I para la Maestría en Educación, se nos encomendó a los estudiantes la tarea de realizar nuestra autobiografía. Buscamos hacer uso de los métodos narratológicos que estudiamos en clase para contar nuestra propia experiencia de vida. Para lograrlo reflexionamos a partir de varios interrogantes, algunos planteados por el profesor en las primeras clases, otros que nacieron en el desarrollo del mismo ejercicio: ¿Qué factores determinaron o influenciaron nuestra construcción de subjetividad como individuos? ¿Pudieron ser experiencias particulares de nuestras vidas, momentos trascendentales que propiciaron cambios estructurales, o hechos históricos nacionales y mundiales? ¿Cómo los contextos en que vivimos determinaron la interpretación que le dimos a esos hechos? ¿Cómo algunos sujetos en particular influenciaron e impactaron nuestro desarrollo a través de sus actos o actitudes hacia nosotros? En este escrito se hacen presentes todas estas reflexiones, encausadas en una pregunta central: ¿Cómo llegamos a elegir para nuestras vidas el camino disciplinar de la educación? 

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