Reseña
Crítica[1]
Foucault,
M. (1975). Los anormales. Buenos Aires, Argentina: Fondo de Cultura Económica: Clase
del 22 de enero de 1999
Angie
Mariana Muñoz Luque
Contexto:
El libro de los anormales, es una transcripción de las clases que dictó Michel
Foucault en el College de France entre enero y marzo de 1975. En dicha obra, el
autor presenta el campo de la anormalidad básicamente de los siglos XVIII Y XIX
a través de tres figuras importantes: el monstruo, el incorregible y el
masturbador, realizando un análisis de diferentes discursos biológicos,
jurídicos y esencialmente médicos- psiquiátricos (la pericia). Así mismo los
análisis que adelanta, exponen las condiciones de posibilidad en las que
emergen formas de saber y de poder que se tensionan o reconfiguran en el tiempo,
sin ningún tipo de linealidad; una construcción del campo de lo anormal.
Desde dicha construcción, la clase del 22 de enero
del 75 hace un esbozo de las figuras mencionadas con anterioridad, enfocándose
especialmente en el monstruo, su marco de emergencia, su relación con la ley
natural, jurídica e incluso divina. Muestra los diferentes tipos de monstruos
centrando sus ejemplos especialmente en siameses y hermafroditas.
Síntesis
de contenido: En esta clase el autor presenta una
interesante genealogía de lo anormal y su funcionamiento en el siglo XIX, el
cual se desarrolla bajo tres figuras esenciales como lo son: el monstruo
humano, el incorregible y el masturbador; los cuales desde sus condiciones de
aparición y los marcos en los que se mueven, configuran o consolidan el campo
de las anomalías.
A partir del anterior postulado, Foucault presenta
el monstruo humano como la primera figura, la cual es, el individuo que,
tipifica el animal y el humano unidos en una condición que vincula lo imposible
y lo prohibido. En ese sentido, la figura del monstruo humano se inscribe
dentro del dominio jurídico- biológico, pues este individuo encarna una serie
de situaciones que se escapan al plano netamente de la ley y son la excepción
dentro de la naturaleza. “Puede decirse
que, lo que constituye la fuerza y la capacidad de inquietud del monstruo es
que, viola la ley, la deja sin voz…es la forma natural de la contranaturaleza”
(p.62).
La segunda figura de la cual se hace mención, es el
individuo a corregir, un sujeto más común que el monstruo; que se desarrolla en
un marco de referencia limitado que “es
la familia misma; en el ejercicio de su poder interno o la gestión de su
economía” (p.63), la cual a su
vez se ve relacionada con instituciones como la escuela y el taller entre
otros. Sumado a ello, el incorregible, a pesar de haber fracasado en los
procesos de domesticación impuestos, requiere de intervenciones específicas
para su recuperación o sobrecorrección.
Continuando con la genealogía de lo anormal,
Foucault nombra al masturbador como la tercera figura, que se caracteriza por
tener como campo de aparición, su habitación junto con su cuerpo, por lo cual
requiere de un cuidado y vigilancia constantes. Pues bien. “es el
dormitorio, la cama, el cuerpo; son los padres, los supervisores directos”
(p.64) que evitan esta condición secreta pero universal que les condena, pues
la práctica de la masturbación se consolida como la raíz de todos los males
posibles y de toda enfermedad, que sirve y se sirve de una etiología sexual.
En ese orden de ideas, el anormal del s.XIX es el
descendiente de estos tres individuos mencionados con anterioridad, los cuales,
además se comunican entre sí, engendrando otras figuras con características
mezcladas (superposición de rasgos) como el monstruo sexual, el cual abre paso
al fortalecimiento de instituciones como las correccionales que “prestan cada
vez más atención a la sexualidad y a la masturbación como datos situados en el
corazón mismo del incorregible” (p.66).
Por otro lado, la identificación y señalamiento del
monstruo, el incorregible y el masturbador implica la consolidación de una red
singular de saber y poder en una tecnología de los individuos anormales. De
acuerdo con esto, el monstruo se encuentra bajo el poder político judicial, el
incorregible se trasforma con el cambio del ejercicio de su familia y
finalmente el masturbador se inscribe directamente a los poderes sobre el
cuerpo. Adicionalmente, el saber se hace presente: en la primera figura a
través de la historia natural, en la imagen dos por medio de las técnicas
pedagógicas de educación y en el caso del masturbador, se desarrolla desde la
biología de lo sexual.
Luego del anterior despliegue de la genealogía de lo
anormal, Foucault se centra esencialmente en el monstruo, como noción jurídica
romana, desde la cual existen dos categorías: El defectuoso (deformidades,
lisiaduras, etc.), y el monstruo propiamente dicho. Estas categorías responden
a la mezcla de reinos en un individuo, correspondiente al reino animal y el reino
humano; lo cual incluye la mixtura de dos individuos, de dos sexos, de la vida
y la muerte. Mixturas que se clasifican como trasgresiones a los límites
naturales y judiciales (legal, religioso o divino).
En tal sentido, este tema se complejiza, mostrando
como la ley protege al defectuoso, mientras que el monstruo pone en cuestión al
derecho y lo deja inhabilitado, lo que causa que éste recurra a otros sistemas
de referencia para poder ejercer un poder de castigo sobre ese último.
Es entonces que, el monstruo desde cualquiera de sus
categorías, plantea situaciones inesperadas en las instituciones de derecho
judicial y canónico; lo que se ve de forma clara en infracciones y enigmas que,
desde donde se piense, crean un choque con el sistema de saber y poder imperante.
Ello se hace claro en interrogantes que pone el autor como, por ejemplo: 1)
“Cuando nace un monstruo de dos cuerpos o dos cabezas, ¿hay que darle un
bautizo o dos?, ¿Hay que considerar que se tuvo un hijo o dos?” (p.70). 2) Si
uno de dos siameses comete un delito, ¿debería llevarse a cabo sentencia?,
¿sería justo hacer pagar al inocente o dejar sin paga al culpable? Dichos
interrogantes dejan al descubierto, una dificultad de proceder ante estos
casos, que son equiparables, con lo que el autor denomina, el problema de la
monstruosidad.
Por otro lado, el monstruo se considera un complejo
jurídico natural que se reseña en las pericias psiquiátricas, donde se muestran
unas trasformaciones en la teoría de la monstruosidad, que corresponden a
periodos de tiempo particulares. Así pues, se menciona que, existía un
individuo monstruo según la época; lo que es claro al entender que esta figura
se esconde tras otros conceptos. Durante la edad media, era el hombre bestial;
en el renacimiento, lo siameses y finalmente el hermafrodismo en la edad
clásica. De hecho, bajo este último tipo de monstruo, se aprecia fácilmente la
trasformación del saber y poder en las pericias psiquiátricas, que muestran
cómo se pasa de hacer una condena a un individuo por nacer físicamente con
ambos sexos a ser judicializado por no comportase solo como uno de los dos
sexos. Es decir, “aparece la atribución de una monstruosidad que ya no es
jurídico natural sino jurídico moral; una monstruosidad que es de la conducta,
y ya no de la naturaleza” (p.80).
De acuerdo con lo anterior, el autor despliega
muchos más ejemplos respecto al tema, haciendo análisis del discurso y
señalando como el monstruo se configura y reconfigura según la época; haciendo
especial énfasis en el monstruo sexual y como su emergencia crea la necesidad
de comprender el fenómeno desde el ámbito de lo biológico, en una constante
pregunta por lo que le sucede al cuerpo.
Comentario:
Esta clase es una interesante exposición de la genealogía de lo anormal, que
muestra como los discursos jurídicos, médicos y biológicos pueden confluir en
un tipo de individuo; clasificándolo de forma tal que, se generan unas
posibilidades de ser o no ser para los cuerpos, lo cual Foucault llamo la
biopolítica.
Sumado a ello, en ese fenómeno se hace presente unos
discursos -por ejemplo, la pericia- desde distintos lugares, que muestra cómo
se moviliza el poder a diferentes escalas y como el saber imperante puede crear
tensión aguda con aquellos sujetos que se salen de los parámetros aparentemente
normales o naturales.
Desde allí, emergen equívocos desde lo biológico,
penal y hasta religioso, que tocan las fibras más internas de un individuo que
se muestra peligroso, lo que de manera directa implica su vigilancia y su
castigo en caso de no encajar en los moldes de lo natural.
El monstruo, el incorregible y el masturbador se
convierten en las figuras que encarnan la anormalidad, ello sin decir que una
sucedió a la otra, pues desde sus condiciones de aparición cada una de ellas se
distingue por más de que se puedan yuxtaponer.
Además, llama la atención como esta clase del 75
-donde se habla de siglos pasados-, puede brindar conceptos aplicables al
presente, donde considero existen las mismas figuras en otras condiciones de
posibilidad. Como por el ejemplo, el monstruo defectuoso, que desde mis
perspectiva tiene relación con lo que actualmente se denominan personas con
discapacidad[2],
los cuales a pesar de tener un campo más amplio desde lo legal y lo médico, son
percibidos como raros, extraños y hasta anormales; esto debido a la educación e
inicialmente al lenguaje que se utiliza cotidianamente para referirse a esta
población, lenguaje no solo verbal sino corporal –gestual[3]-.
Sumado a lo anterior, en la línea de la educación, los medios de comunicación
también juegan un papel indispensable en la generación de cánones de normalidad
a través de la manera en la cual representan a los sujetos; en su mayoría desde
estereotipos.
En segundo lugar y más desde la escuela, considero sugestiva
la figura del incorregible, que puede ser el reflejo de todos aquellos niños
que en las instituciones se denominan “niños problema”, un discurso con un
lenguaje que sigue enajenando, clasificando y sobretodo imponiendo una forma de
regulación, una circulación del discurso que continúa afectando a los sujetos;
en este caso a los estudiantes.
En concordancia con ello, es posible poner en acción
los conceptos de Foucault en la escuela actual, lo que se hace interesante,
pues muchos maestros necesitan reconocer los discursos de poder que se hallan
en las aulas y las maneras en la que consolidan sujetos comunes, naturales y
homogéneos, que al primer rasgo de “anormalidad” invocan aun las instituciones
de encierro y la intensa necesidad de vigilar y castigar. Una eterna corrección
del incorregible que descansa sobre todo en la familia y los maestros.
En tercer y último lugar, es sugerente hablar de
temas como los siameses y hermafroditas, los cuales, a pesar de que ha pasado
el tiempo y ha crecido su conocimiento alrededor de estos, siguen siendo parte
de los anormales, de los enfermos que aún se les ocultan. Lo que indica la
vigencia de discursos que se movilizan con el tiempo y se trasforman según las
condiciones de la época. Con base en eso, es muy interesante poder internarse
en el actual discurso de la monstruosidad y las formas en que se vende en la
literatura, el arte y la televisión a través de documentales y películas.
Cierro diciendo que, los anormales de Foucault, es
una obra que permite comprender el campo de la anormalidad en diferentes
épocas, desde una no linealidad que permite comprender los discursos, su poder
e influencia sobre los individuos a través de toda la historia.
Conclusión:
La obra de los anormales y específicamente la clase del 22 de enero del 75,
presenta de forma fantástica una genealogía de lo anormal, permitiendo
reconocer los discursos psiquiátricos, médicos y judiciales que la sustentaron
en diferentes épocas de la historia. En ese sentido, es un gran aporte para
comprender como se consolidan los conceptos en el lenguaje y las implicaciones
en los individuos que hacen parte de este fenómeno.
[1] Este modelo de reseña crítica es tomado de la Universidad Javeriana.
Url: https://bit.ly/2D6eYyW
[2] Algunos autores prefieren llamarlos como persona con habilidades
diferentes.
[3] Como por ejemplo cuando la mirada de las personas es diferente cuando se
encuentran con una persona con una dicacidad notable y característica desde lo
físico.
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