domingo, 12 de diciembre de 2021

Leer y escribir 14

 

Leer y escribir


Investigar o sobre el acto de problematizar

Oscar Espinel-Bernal[1]

 

“Ahora, ya que estamos con la P, quería hablar del profesor o profesora como preparación. Como alguien que se prepara […]

Y... preparar no es la misma cosa que planificar”.

                                    Walter Kohan, Abecedario de infancias: entre                                            educación y filosofía

 

"Transformar el mundo no es otra cosa que modificar eso último para lo que no tenemos nombre"

María Zambrano, Aforismos


Hay un gesto de la filosofía que poco a poco entra en desuso en medio de la voraz carrera de la información y el conocimiento. Aunque arrinconado, nunca pasa desapercibido. Se trata del asombro que asoma en medio de los sistemas de certezas y respuestas inmediatas. Este gesto filosófico implica situar y asumir como desconocido lo que creemos conocer. De allí la sorpresa y el detenimiento que provoca.

Es un gesto que mantiene viva y actual la capacidad de preguntar, de interpelar y hasta de conversar. Si cada interlocutor (si cada lector) se presenta ensimismado en sus verdades, difícilmente podrá darse aquel momento de la apertura que significa el diálogo y, por tanto, el aprender. La exploración y el hallazgo se nutren, en primera medida, de la inquietud, el no saber (de impronta socrática) y la sensación de novedad que marca aquello des-conocido.

Este gesto filosófico hace de lo normal, común y acostumbrado, un problema. Se trata de un extrañamiento frente a lo habitual que, a fuerza de la repetición, terminamos por asumirlo como conocido; aunque, en el mejor de los casos, solo hayamos explorado un pequeño margen de sus posibilidades.

Hacer de lo cotidiano algo extraño significa reconocer que, aunque usual, no es definitivo. Significa comprender la provisionalidad e historicidad de aquello que tiende a presentarse como único e invariable. En otras palabras, es un movimiento de desnormalización de lo normalizado, de lo hecho normal.

Este es un gesto, un gesto filosófico -si nos lo permiten-, presente en el acto de leer, pero también en el acto de investigar. Es un gesto que tiene que ver con una actitud, una disposición, una sensibilidad: la de la inquietud, la de la pregunta que incomoda, desacomoda, altera, trastoca, des-naturaliza. La pregunta auténtica, honesta y elaborada, es una pregunta que rompe e irrumpe en la normalidad de la cotidianidad para hacernos ver cosas que no veíamos; para mostrarnos que hay cosas que aún no hemos visto. Podríamos decir que, de algún modo, esta manera de preguntar da forma a objetos antes imperceptibles, inexistentes, im-pensados.

Por tanto, es una pregunta que crea: crea objetos, crea modos de preguntar, crea posibilidades. Crea problemas. A esto es a lo que podemos llamar problematizar. En este orden de ideas, la función de la investigación –pensada desde este gesto filosófico– es problematizar en tanto acto de pensar, en tanto acto de pensamiento. Solo así, movidos por la potencia de la pregunta, el extrañamiento y la sospecha, será posible ver de otro modo y preguntar de otros modos. Preguntas distintas permiten respuestas distintas, recorridos nuevos y horizontes renovados. De hecho, la investigación es ante todo eso: darle forma a las preguntas y a las formas de preguntar.

Dicho todo lo anterior, también podemos insistir en la comprensión de la investigación como una apuesta por crear maneras de aproximarnos a eso que llamamos realidad, mundo o verdad. Investigar es una apuesta en él y por el conocimiento. A este respecto, nos dice Larrosa:

A lo mejor eso que sabemos (o que creemos saber), lo sabemos (o creemos que lo sabemos), precisamente porque nunca nos lo hemos parado a pensar (2008, p. 277).

Es algo que Sócrates asumió como tarea hace más de dos milenios y que la filosofía incorporó como tarea propia.[2] No porque sea un asunto exclusivo de ella (pues sabemos que el pensar es algo que excede sus limitadas fronteras), pero sí porque se obstinó con ello, con hacer ver que en realidad no se sabe lo que se dice saber, lo cual no es otra cosa que desenmascarar, mostrar o hacer ver la fragilidad, finitud y estado de inacabamiento de aquello que decimos saber.

El curso de la normalidad y la repetición hacen perder de vista el carácter histórico de las verdades, los sistemas explicativos, las sociedades y sus códigos culturales. Hacen ver como natural y universal lo que no es más que artificio e invención. Ahora bien, que sea invención o artificio no significa que no esté, que no sea “real”, que no nos afecte, que no sea válido; significa que es provisional, limitado, modificable.

¿No nos pasa frecuentemente esto en nuestra cotidianidad, en nuestros trabajos, en el aula, en la relación con nuestros campos disciplinares? ¿No nos pasa comúnmente que caemos en la trampa de pensar que ya todo está hecho y que no puede cambiar, que no hay manera de cambiar? ¿No caemos en la tendencia a seguir modas, modelos y fórmulas de manera irreflexiva e imitativa? ¿No nos pasa usualmente que seguimos objetivos sin preguntarnos por ellos, por sus alcances, implicaciones y posibilidades? Usualmente, en el día a día, caemos en la aceleración provocada por la competencia, en la urgencia de la acumulación y en la acción mecánica e inercial con el fin de cumplir con nuestro trabajo de manera efectiva y eficiente, evitando al máximo las dificultades y retrasos para cumplir con lo que hay que hacer. Imbuidos en las urgencias diarias, nos convencemos, de distintos modos, que no tiene sentido intentar cambiar lo que ya está hecho y que no puede ser de otra manera.

Quizás, todo esto sucede porque el peso de la costumbre ha terminado por minar toda posibilidad de pensamiento, de reflexión y, por tanto, ha lesionado la posibilidad de modificación, de acción, de creación. De ahí, el valor de hacer un alto en medio de la vertiginosa velocidad de las urgencias diarias y de la monotonía de lo mismo, para dar lugar a la pregunta, a la problematización, a la reflexión por lo que hacemos y lo que somos. No hay que olvidar que el ser humano tiene la facultad de hacer-se mediante su acción. Es algo de lo que no podemos escapar: somos nosotros quienes damos forma a lo que somos e incidimos en los modos que asumen los espacios y entornos que habitamos.   

Volvamos a Sócrates para continuar merodeando la cuestión de la investigación, la problematización y el preguntar. ¿Pensar? ¿Qué es eso de pensar? A propósito de esta intranquilidad permanente en la que venimos insistiendo, se pregunta Larrosa:

¿No será eso pensar?, ¿convertir en problema lo que se da como solución?, ¿convertir en pregunta lo que se da como respuesta?, ¿convertir en oscuro lo que se da como claro y evidente?, ¿inquietar lo que sabemos o lo que creemos saber? (2008, p. 277).

Se trata de un pensar que desacomoda. Un pensar que no se agota ni consuela con las respuestas o sistemas explicativos, pues les entiende como estadios de un largo trasegar… ángulos posibles de mirada dentro de la complejidad del paisaje.

¿Y si, junto al pensar, comprendemos esa actitud inquisidora como cercana al aprender? El mismo Larrosa vuelve a apuntar que el “aprender tiene que ver con el saber, con llegar a saber lo que no se sabía” (p. 277). Si esto es así, quiere decir que el saber es el efecto del aprender. Si el saber es el producto, el aprender es la acción. En consecuencia, podemos afirmar que el aprender antecede al enseñar. Nadie enseña lo que no sabe y nadie sabe lo que no aprende. Por tanto, nadie enseña lo que no ha aprendido.

Así es que, abriendo un paréntesis en este punto, podemos plantear, una vez más, que el enseñar tiene que ver no solo con el conocimiento sino, ante todo, con el aprender. Un aprender que excede la información, el dato, la certeza, sin dejar de relacionarse con el conocer y con el conocimiento. En otras palabras, lo que podemos señalar es que a la base de nuestra labor como docentes se encuentra –o nos encontramos– con la pregunta epistemológica: ¿Qué es conocer? ¿Cuáles son las posibilidades y condiciones del conocimiento? En breve, ¿Cómo se produce el conocimiento? Pero, aún hay más, pues sobre todos estos interrogantes emerge la pregunta epistemológica que más nos interesa como profesores y profesoras: ¿Qué tipo de relación establezco y es posible establecer con el conocimiento? ¿Qué tipo de relación con el conocimiento habilito, propicio, alimento en mi ejercicio docente?

Cerremos el paréntesis y continuemos con Larrosa: “pero aprender tiene que ver también con el pensar, con el pararse a pensar lo que ya se sabe” (2008, p. 277). El aprender, como el pensar, tiene que ver con aquel «sentirse extranjero», nunca en territorio propio, cómodo y conquistado. El aprender, como el pensar, se asemejan a la expedición constante y al espíritu de aventura en búsqueda de nuevas regiones, experiencias y hallazgos. Sospechar, cuestionar, mirar con atención, volver a preguntar para (des)aprender lo ya aprendido, todo ello tiene que ver con el pensar. ¿No es acaso eso lo que hacemos cuando leemos, cuando volvemos sobre algo que ya hemos leído? ¿No es eso lo que hacemos cuando preparamos nuestras clases, cuando visitamos textos y autores alguna vez ya visitados? ¿No es eso lo que hacemos cuando hacemos de nuestras prácticas cotidianas y los espacios que frecuentamos, objeto de nuestro preguntar, de nuestra investigación? Ciertamente, el enseñar tiene que ver con el aprender y, a su vez, el aprender tiene que ver con el enseñar. Y, como ha de inferirse, tanto el enseñar como el aprender, tienen que ver con el investigar, con el leer y, por supuesto, con el escribir… con el escribir-nos.

 

Referencias

Kohan, W. (2019). Abecedario de infancias: entre educación y filosofía. En: Pulido, O, Espinel, O y Gómez, M.A. Filosofía y Enseñanza. Miradas en Iberoamérica. Tunja - UPTC

Larrosa, Jorge. (2008). Leer (y enseñar a leer) entre las lenguas. Veinte fragmentos (y muchas preguntas) sobre lenguaje y pluralidad. En: Hoyos, Guillermo (ed.). Filosofía de la educación. Madrid: Editorial Trotta. pp. 277-292.

Zambrano, M. (1999). Dictados y sentencias. Barcelona: Edhasa


[1] Profesor del Depto. de Posgrados de la Universidad Pedagógica Nacional. oespinel@pedagogica.edu.co

[2] “Solo sé que nada sé” acostumbraba a decir Sócrates como invitación a pensar. Un pensar que, además, se realiza con otros y junto con otros a través de las múltiples figuras que asume dicha otredad.

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