Reseña
Paso a paso - Irene Vasco
Andrea Katherin Velandia Flórez*
Resumen
El objetivo de este trabajo es hacer una reseña y análisis del libro Paso a paso de Irene Vasco publicado por Panamericana en 1995, en donde se hace una contextualización histórica breve de la coyuntura que se presenta cuando se publica el libro, de la intención de este, de sus ilustraciones y de la autora. El libro narrado desde la voz de una joven llamada Patricia, cuenta lo acontecido, paso a paso desde el día del secuestro de su padre. Se evidencian las emociones de esta joven y de los integrantes de su familia, quienes -por voz de ella- nos hacen entender cómo es la vivencia tras un plagio.
La autora
Irene vasco (1952- Bogotá) es una escritora y editora colombiana, con una trayectoria de más de 30 años y una publicación aproximada de 26 libros para niños y jóvenes. Es hija de Sylvia Moscovitz, una reconocida cantante lírica y artista brasileña, y Gustavo Vasco, un exembajador. Es literata de la Universidad del Valle y ha vivido en los Estados Unidos, Venezuela y Brasil. Cuando la Fundación Rafael Pombo inició sus actividades en 1986, fue la coordinadora de programas infantiles. En 1989, publicó su primer libro para niños, Don Salomón y su peluquera; sin embargo, su gran salto en la literatura fue en 1991 cuando publicó el libro Conjuros y Sortilegos, con el cual ganó el premio al mejor libro infantil otorgado por Fundalectura en 1992 que fue incluido en la lista de honor de los mejores libros seleccionados por el banco del libro de Venezuela en 1991. En 1988, Irene abrió la librería Espantapájaros en compañía de otras socias y empezó a hacer talleres a todos los maestros y visitantes que se acercaban a buscar libros. De igual forma creó junto con Yolanda Reyes, el taller Espantapájaros, en el cual se desarrolla un trabajo especializado en literatura con los niños más pequeños. Paso a paso fue publicado en 1995, pero los hechos en los que se basó Irene sucedieron en 1988.[1]
El Contexto histórico donde se desarrolla el libro
Según el Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) entre 1970 y 2010 se registraron en Colombia 27.023 secuestros asociados con el conflicto armado. En la época de1980 a 1990 el secuestro fue creciente, época en donde suceden los hechos reales de la historia del libro. Sin embargo, entre 1996 y 2002 fue la tendencia más alta y explosiva de este acto atroz. Los principales victimarios fueron la guerrilla con el 90,6% de los casos. Quienes le siguen son los paramilitares con el 9,4%. El fenómeno del secuestro incursiona en las dinámicas del conflicto armado en la década de 1970, momento en el cual el principal protagonista fue la guerrilla, Movimiento 19 de abril (M-19), iniciando esta práctica con propósitos económicos y desde la lógica de su accionar. Esta organización asumió el secuestro como un arma política para negociar y conseguir apoyo social; otras guerrillas como el ELN, las FARC y el EPL también acudieron a esta arma, sin embargo, el mayor número de secuestros en esta década, los tiene el M-19 (CNMH, 2013, p. 64-65).
Muchas organizaciones delictivas como el Cartel de Medellín, centradas en el narcotráfico recurrieron a plagios de personalidades públicas, esto con el fin de presionar al Estado y obligar a la renuncia de la extradición de colombianos a Estados Unidos. Las FARC, en 1990 decidieron retener militares y secuestrar políticos para forzar al Gobierno a un canje por los guerrilleros presos en las cárceles, así como presionar la renuncia de candidatos a cargo de elección popular. Entre 1998 y el 2002 cuando se habló de un proceso de paz entre el Gobierno de Andrés Pastrana y las FARC, las guerrillas utilizaron la práctica del secuestro para el fortalecimiento de su posición en la mesa de negociación (CNMH, 2013, p. 67-68).
Una forma de secuestro que surge en esta época es la de las ‘pescas milagrosas’, se trata de una práctica de la guerrilla que, ubicada en autopistas y carreteras, obligaba a conductores y a sus acompañantes a bajarse de los vehículos; ahí, les piden sus documentos y revisan si son extranjeros, si tienen algún seguro contra-secuestro, si valen la pena o no. Posteriormente, son llevados donde la guerrilla tiene sus asentamientos y confirman todo sobre ellos: su nivel laboral, económico, familiar. Algunos son liberados si se dan cuenta que el nivel económico es demasiado bajo, los otros deben pagar el rescate para poder quedar en libertad. Esta modalidad surge y tiene prevalencia durante un buen tiempo debido a que las fuerzas militares y la policía no tenían la capacidad de controlar la infraestructura de transporte de un país con 1’140.000 kilómetros cuadrados, muchas carreteras no tenían este tipo de seguridad de las fuerzas militares y sobre todo por el control que empieza a ejercer la guerrilla en las regiones donde accionan esta modalidad (Pax Christi, Holanda, 2002, p. 30-32). Se rescata desde el CNMH que esta modalidad se documenta con alrededor de 5.354 secuestrados, es decir, un 19,8% del total de los secuestros asociados con el conflicto armado en el periodo 1970-2010 (CNMH, 2013, p. 68). Posteriormente, la delincuencia común aprovechó la estrategia y empezó a vender secuestrados a la guerrilla, el plagio se estaba convirtiendo en un asunto de mercado, de estrategia, de control y miedo.
Este
libro es la narración de un secuestro. A través de Patricia, se desarrolla la
historia paso a paso, desde el día en que su padre fue secuestrado. La
narración se convierte en 13 capítulos que impactan y transportan a esos
escenarios inimaginados, a través de imágenes literarias impactantes y muy
reales. Cada capítulo, nos acerca cada vez más a la escritora Irene Vasco,
autora del texto, quien recrear en voz de Patricia, esas difíciles situaciones
por las que el pueblo colombiano ha tenido que sufrir.
La historia comienza cuando Patricia junto a sus padres y dos hermanos menores, han ido de fin de semana a la finca familiar. Llegando, parquean cerca al río y bajan para colocar unas piedras debajo de las llantas para que el carro no se ruede, en ese momento, son abordados por hombres encapuchados. Estos hombres obligan al padre de Patricia a irse con ellos hacia una zona rural, mientras tanto ella, su madre y sus hermanos permanecen en shock, asustados y sin saber qué hacer. La madre Beatriz, posteriormente busca ayuda en un retén militar, en donde narra lo que sucedió y un soldado, el más joven, decide acompañarlos a poner el denuncio. Antes de eso, Beatriz deja a sus hijos donde la abuela, la madre de Enrique Villegas, padre de Patricia.
Patricia relata de una manera casi irreal, los días siguientes al secuestro, su angustia por el rapto de su padre, aunque mantiene al mismo tiempo, la esperanza de su regreso. Se percibe la rabia que siente Patricia, por ser la mayor, por no ser más fuerte, por no saber qué ha pasado con su padre. Al mismo tiempo, Catalina, hermana de Patricia, también se percibe endeble, con un bloqueo mental por la situación. En el transcurrir del relato se sabe que Enrique Villegas es un industrial reconocido, por lo que medios de comunicación no pierden oportunidad para invadir los alrededores de la casa y obtener información de lo sucedido. Sin embargo, los periodistas con esa forma amarillista de contar los hechos, sacan titulares equívocos como noticias imprecisas. Eduardo, hermano de Enrique, le pide a Patricia y a sus hermanos que no hablen más, que él se encargaría de todo, diciéndoles a los periodistas que, si sabía algo, él mismo los llamaría.
Familiares y personas allegadas se acercan y acompañan en la angustia, sin embargo, a Patricia y a Catalina no les gusta nada esto, pues lo ven como una farsa. A diferencia de las otras personas, la única visita que le gusta a Patricia es la de su antiguo profesor Manuel, quien se ofreció amablemente a ayudar a sus hermanos con los estudios, pues ninguno ha ido a clase, en semanas. Catalina empieza a molestar a Patricia con su profesor, y su madre le menciona que no debe tener ningún tipo de acercamiento afectivo con él, pues es un hombre mucho mayor que ella.
Los días siguen transcurriendo, Patricia y su familia intentan llevar la cotidianidad sin su padre; llega una carta de los secuestradores con la exigencia de dinero para el rescate. Sin embargo, la madre no acepta esto y no manda nada, pues ya lo habían hablado antes con su marido, si él o ella eran secuestrados no pagarían a los secuestradores -entendían que al hacerlo se contribuía con el negocio del secuestro, y, sobre todo, a una pérdida del capital que tanto habían luchado por construir-. El ambiente es de desconfianza, de miedo, de incertidumbre, y aunque pasan los días, Patricia no deja de pensar en su padre, esto la lleva a deprimirse, ella siente algo claro, cree que su padre está muerto, ya que han pasado meses en los que nadie ha dado respuesta de él y ya los secuestradores ni cartas mandan de supervivencia; su estado obliga al internamiento. Sin embargo, un aire de esperanza vuelve otra vez cuando llegan anuncios del gobierno en donde los secuestradores liberarían a algunos secuestrados. Aunque la promesa es falsa, la esperanza de volver a ver su padre revive.
Surgen situaciones como la de adoptar la ópera, que antes tanto le disgustaba a Patricia, pero que su padre amaba. Catalina lleva sus libros al cuarto, la abuela contagia a la familia con su religiosidad; todos estos momentos que se han dado, en ausencia de Enrique. Han pasado ya dos años del secuestro y el padre no ha regresado a la libertad, lo peor es que no se sabe de él, si está vivo, si murió, qué le ocurrió o en dónde estará. Catalina celebrará sus 15 años, y Patricia es la encargada de hacer la torta. Mientras bate los ingredientes en la cocina, ve en la puerta de la atrás a su padre de pie, con la misma ropa del día del secuestro, demacrado y pálido. Todos corren a abrazarlo y a atenderlo, pero reacciona, solo ha sido una alucinación, ella sabe que su padre ha muerto. Sin embargo, suena el timbre y vuelve a renacer la esperanza de que será Enrique.
Este
libro basado en una historia real tiene un contenido preciso frente al tema del
secuestro, muy doloroso de asumir, tanto por la persona que es privada de su
libertad, como por su familia, quienes viven el transcurrir de los días con
miedo, incertidumbre, angustia, aprendiendo a convivir día a día con la
incertidumbre y el dolor. La ausencia y el recuerdo nunca desaparecen,
simplemente aprenden a sobrellevarlo paso a paso, día a día. Es un relato que
refleja lo que muchos colombianos han tenido que sufrir, desde la madre de
Enrique, su esposa, su hermano, sus hijos y por supuesto Patricia. En voz de
ella se evidencia que esta estrategia de guerra afecta a todos, en donde - en
este caso los niños- conviven con un miedo que no comprenden, con una tristeza
y desesperación que consume a la familia, y aun así mantienen una expectativa
convertida en esperanza que no dejan desvanecer.
Irene busca con el texto resaltar una voz juvenil y sincera, la manera en que narra y contextualiza puede evidenciar el modo de vivir de una familia con recursos económicos suficientes, lo que no justifica el dolor, va más allá de considerar la clase social. Es un dolor que se identifica con los otros, que no involucra lo material o el estrato, sino que afecta a las personas, que los sentimientos y emociones que experimenta Patricia en la complejidad de lidiar con la ausencia de su padre, resultan comunes para quienes han vivido estos procesos. La voz es honesta, cálida, permite acercar al lector a una experiencia en particular, aquella que viven niños y jóvenes víctimas de la guerra en Colombia, y aunque también se perciben esos sentimientos de los adultos, se resalta la voz de Patricia quien en primera persona narra su experiencia, sus emociones, sus pensamientos de ese acontecimiento.
El libro tiene un hilo conductor en todo su trayecto, muestra pocos elementos en sus apartados, pues ningún capítulo tiene título, ni las descripciones de los personajes son en detalle, ni los paisajes ni los escenarios; simplemente, Irene lo deja a la imaginación de quien lo lee. Así mismo, aunque la autora retrata dos años transcurridos en una narrativa lineal de tristeza e incertidumbre, no necesita contar en detalle escenas de las cuales estamos acostumbrados a escuchar en torno a la guerra, simplemente son frases cortas y concisas que dan cuenta de ello. Sobre todo, la finalidad es contar las vivencias, las preocupaciones, los picos de drama y angustia, de tranquilidad, de esperanza, de las vidas tocadas por el secuestro, de presentar en la lectura un testimonio real que envuelve a la familia por la ausencia de un ser amado.
Así mismo, en este libro no se hablan de los victimarios directamente, solo desde esa perspectiva de rabia que siente Patricia hacia ellos, tampoco se habla de cifras, ni de noticas, ni nunca dice el secuestro es, dos puntos, lo que hace Irene es que, por medio de los diálogos, de lo que cuenta Patricia se entiende qué es, esto por un lado, ya que puede ocurrir el hecho de que un niño o joven se acerque a esta lectura sin tener conocimientos previos de qué sea el secuestro, y no tendría por qué saberlo. No obstante, Irene desde su narrativa cuenta en detalle estas cosas, hace que el lector entienda lo que es y se vea involucrado en el tema.
Muestra, tanto al principio como al final del libro dedicatorias. La del final dice: “que siguen esperando”, da cuenta de esa esperanza que no se borra, de esa espera que nunca cesará hasta saber qué ocurrió con el ser querido secuestrado, que llegue vivo, que aparezca. Es un homenaje a ellos, pero también de aquellos a quienes han sufrido el mismo acontecer aquí narrado.
Las
ilustraciones que se dan dentro del libro también dejan mucho para imaginar y
pensar, algunas de ellas son inquietantes, por ejemplo, en el capítulo dos, se
evidencian rostros que se mimetizan con los árboles, aunque en toda la historia
nunca se dice quiénes fueron los secuestradores, la ausencia de mención
explícita da cuenta de un posicionamiento ético y político de la autora. Otra
imagen interesante que aparece es en el capítulo cinco, es la de una cámara,
periódico y una grabadora, que da cuenta de lo que allí se aborda. Otra está en
el capítulo nueve, en donde hay un teléfono y una carta con la foto del papá,
capítulo en el que se narra la llegada de una carta con una foto de Enrique
como muestra de supervivencia, aunque demacrado, barbudo y diferente. Cada
capítulo tiene una ilustración que refleja lo que narra, así como en algunas
páginas se encuentran ilustraciones laterales que dan cuenta de momentos
vividos y actos importantes de la vida de la familia. También vasos que quizás
asemejan a los que después de las visitas quedaban y los helados que salían a
comer los hermanos de Patricia, esta ilustración se encuentra al lado izquierdo
lateral de algunas páginas pares. En algunas páginas impares se observa también,
de manera lateral, otra ilustración que lleva consigo una ventana, que era por
donde Patricia miraba si llegaba su padre, una bicicleta, un teléfono a modo de
enemigo, unas cartas que representan las cartas de sobrevivencia y extorsión recibidas
y; finalmente, unos cafés y una torta de cumpleaños para los 15 de Catalina.
Esta obra es una invitación al no olvido, a la memoria de las víctimas, al
aporte de la literatura en estos temas que no pueden ser invisibles en un país
como Colombia.
* Estudiante de la Maestría en Educación 2020
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