sábado, 24 de febrero de 2024

Ensayos y artículos de reflexión 19

 

Ensayo o artículo de reflexión

 

Sobre el concepto de Hombre en Juan Amos Comenio[1]

 

 

Nada, pues, necesita el hombre tomar del exterior, sino que es preciso tan sólo desarrollar lo que encierra oculto en sí mismo y señalar claramente la intervención de cada uno de sus elementos1 

 

Andrés Ricardo Malaver Toloza[2]

 

Juan Amos Comenio (1592-1670) fue un celebre pedagogo de la República Checa, nacido en la localidad de Komňa, situada en la región sur oriental del país europeo. Sus ideas respecto a la educación, a la didáctica y a la organización escolar fueron revolucionarias para la época durante la cual vivió, tiempo límite entre la edad media y la modernidad. Actualmente sus aportes se siguen considerando y estudiando de manera profunda en diversas latitudes, pues el legado del moravo es vasto y conserva tremenda relevancia para los estudios históricos y filosóficos de la educación.

 

Así, el presente ensayo tiene por objeto situar el concepto de hombre en la obra Didáctica Magna, escrita por Comenio entre 1627 y 1630, y que fue finalmente publicada en checo cuando corría el año de 1632. No es una cuestión, en el libro citado, aquella que se refiere al sujeto, pues el educador moravo articuló sus reflexiones pedagógicas con una apuesta antropológica, de modo que se apuntaba a la fabricación de los más perfectos individuos que sirvieran luego al mejoramiento general de los pueblos. Unas décadas posteriores el texto fue traducido al latín y, con esto, se extendería el reconocimiento del notable filósofo por todo el continente.

 

A nivel escritural, esta es la estructura propuesta: en primer lugar, una introducción al problema del hombre en Comenio a partir de la definición de tal concepto, luego, el desarrollo alrededor de los argumentos que se presentarán respecto a la tarea de cada uno, para alcanzar su verdadera humanidad, y, finalmente, las conclusiones y referencias que fueron utilizadas durante el texto.

 

El hombre, tal como se anuncia en las primeras páginas de la Didáctica Magna, es la criatura culmen, la más bella y magistral de todas las obras divinas. Nació por la gracia de Dios, y está hecho a imagen a semejanza del altísimo, por tanto, guarda una sublimidad encarnada en él. Los formadores de la juventud deben volver conscientes a cada uno de esta dignidad. Pero, conviene subrayar que, aunque todo este subyugado y dispuesto para responder a la más postrera de las especies, no se debe dejar enredar por los asuntos mundanos o terrenales.  Nada más peligroso, para aquel que nació hombre o mujer, vivir sus años de manera cómoda, holgazana y mediocre, poniendo su cuerpo y entendimiento al servicio de las cuestiones materiales y dejando de lado las espirituales.

 

Siguiendo con tal línea, cada sujeto ha sido llamado a una forma de existencia ulterior. Así pues, según el autor, se viven tres vidas: la uterina, en la cual se forman los primeros órganos durante el refugio que proporcionan las entrañas maternas. No obstante, tal vida no tiene justificación por sí misma, es, mejor, una preparación para el disfrute en el firmamento cuando se sale a la luz. Igualmente, la vida corpórea, no ha de buscar durante la estancia de la carne en el mundo su valía. Es también una etapa en la cual se alista el alma para la última de las vidas, aquella que sería sempiterna. Teniendo esto de presente, el hombre debe basar su existencia en una correcta disposición para retornar al creador, siempre que lo conozca suficientemente (Comenio, 2012). Así pues, si bien se ve obligado por razones naturales a convivir con el prójimo y a vérselas con su entorno social y cultural, el esfuerzo de cualquier persona será inútil siempre que su conducta no se proyecte en clave inmaculada.

 

De lo anteriormente dicho se infiere que la empresa a la cual está destinado cada agente de la sociedad no se inclina a la economía, a la política, a la industria, al éxito personal, entre otros asuntos de carácter etéreo. Su fin último está fuera de la tierra, en tanto ha sido llamado -y así lo atestiguan las sagradas escrituras- a la venerable comunión con el Ser Supremo. La santidad más pura, que se encuentra en el camino de regreso al Cielo, es el asunto definitivo que ha de movilizar la conducta de las gentes.

 

Con todo, hay tareas o deberes que delinean márgenes posibles para poder alcanzar el fin último. Estas tareas, relativas a la vida corpórea, se ven forzadas a considerar aquellos elementos que fueron plantados por la naturaleza para que hombres y mujeres ejerzan su propia magnificencia durante su estancia en el laberinto del mundo. Así, los deberes son, al menos, tres: ser, a su vez, criatura racional, de las otras criaturas, y criatura imagen y deleite de su creador (Comenio 2012). Tales deberes, como ya se mencionó, están subyugados a la última de las disposiciones humanas, concerniente al goce con el ser omnipotente.

 

Ser criatura racional tendrá que ver, dice el moravo, con aproximarse a todas las cosas susceptibles de advertir, ya cercanas, ya lejanas. Se deduce de lo anterior que el mundo es como una escuela, un espacio que ofrece amplias oportunidades de conocimiento, en palabras de Comenio (2012), “un semillero” (p.34), del cual tomamos provecho para posteriormente dirigirnos a la academia eterna.

 

Por otra parte, ser dueño de las otras criaturas consistirá en disponer de estas correctamente, es decir, en utilizar de manera prudente lo que se encuentra organizado por la acción primera de la naturaleza. Es fundamental no someterse a otras criaturas, mucho menos a la propia carne, sino actuar de manera sensata frente a lo ajeno y lo propio.

 

Finalmente, ser imagen y deleite del creador residirá en la veneración que enlaza al hombre con la gracia santificada, motivo por el cual ha de consagrar parte de su vida a la religiosidad y a las sagradas escrituras.

 

Ahora bien, la cuestión a discutir es la siguiente: ¿es suficiente poseer las semillas del conocimiento, de las buenas costumbres y del Salvador para tornar en humano? Si se responde afirmativamente a tal interrogante se argumentará que el lazo hipostático que une a las personas con un ente superior sería lo suficientemente fuerte como para jalonar el proceso de ascenso que va de la tierra al cielo. El tránsito de la vida corpórea a la espiritual se caracterizaría por ser algo así como un a priori antropológico, una condición garantizada de antemano a los hijos de Dios por haber nacido cristianos. En tanto imago dei, no haría falta un fallo o juico divino, pues la salvación estaría resguardada para todas las personas luego de que haya ocurrido su fallecimiento, indistintamente de su causa.

 

En contraste, si se responde el interrogante planteado por la vía negativa, se dirá que no basta con tener los gérmenes innatos, es pertinente allanar el terreno para que prosperen, que se expandan. Por tanto, al innatismo se le añaden las operaciones que el sujeto efectúa por sí mismo sobre sí mismo, o las que, por ejemplo, un maestro ejerce sobre un alumno para lograr un cometido particular, sea o no explicito, por ejemplo, que deje de ser un estulto, que se vuelva honesto, que sea misericordioso, etc. En suma, el “[…] hombre se desarrolla por sí mismo […] pero no puede llegar a ser animal racional, sabio, honesto y piadoso sin la previa plantación de los injertos de sabiduría, honestidad y piedad” (Comenio, 2012, p.61).

 

En tal lógica, si bien no es posible prescindir de los injertos más puros con los cuales los individuos son dotados cuando nacen, no serán, en lo absoluto, suficientes como para no actuar frente a la realidad de una manera decidida, con la intención de hacer que tales semillas produzcan fruto. La hipótesis comeniana sobre el inacabamiento de hombres y mujeres toma relevancia. En tal medida, el sujeto es alguien que, aunque conserve el sacro lazo que lo une con el todopoderoso, debe procurar, valiéndose de sí mismo o de otros, encontrar caminos, -por la vía cristiana- que lo conduzcan a un desarrollo futuro. En síntesis, no se puede pensar que haber nacido homo sapiens garantiza la redención, pues el goce eterno con el creador será asignado únicamente a aquellos que, como ya se mencionó, han trabajado sobre sí o le han concedido a otro la función de hacerlos mejores.

 

Al respecto menciona el pedagogo checo que “conviene formar al hombre si debe ser tal” (Comenio, 2012, p.55). Consecuentemente, se habrán de ejercitar las disposiciones naturales para que se represente la obra de Dios en el mundo, a través de la facultad de conocer, de dominar a los otros y de ser piadoso. Lo que se juega, con el panorama planteado, es la formación para la plenitud. Si a todos es precisa la enseñanza, según lo aseveró el pedagogo europeo, no es por capricho o irracionalidad, sino porque las prácticas pedagógicas son concomitantes con la fabricación de los hombres bien acabados. La definición de hombre como animal disciplinable, que expone el moravo, se cruza con los ejercicios que, desde la primera infancia, se han de seguir en las escuelas si se quiere verdaderamente lograr una enmienda de los asuntos humanos.

 

Entonces, hará falta reformar los recintos escolares para que se encaminen de manera efectiva a responder al arte supremo, a la pampedia, esto es, a la educación universal, a través de libros panmetódicos. Todo el método que se defendió en la Didáctica se dirigiría más allá de las cuestiones escolares, aunque las examine de manera directa. Así que la escuela sería, tomando las palabras del autor, aquel taller tipográfico cuyo cometido es imprimir en la sociedad el arquetipo de humano perfecto. Las indicaciones anotadas, apenas de carácter preliminar sobre mapa utópico que atraviesa el magno proyecto político-pedagógico de Comenio, tendrían como virtud formar individuos libres de errores desde la más tierna

 

A modo de conclusión, se dirá que el problema del hombre, en Comenio, es un problema de naturaleza técnico, en la medida que cada sujeto está obligado a realizar cierto tipo de prácticas ejercitantes -algunas en la escuela y otras por fuera de tales instituciones- con el objetivo de que pueda superar el umbral que comparte con los animales y alcanzar su más absoluto grado de excelencia. En pocas palabras, hay que trabajar por hacerse hombre. Tal trabajo debe considerar, por lo menos, dos cuestiones: los elementos innatos, es decir, las semillas que fueron plantadas en todos los hijos de Dios por la gracia divina al comienzo de la vida. Éstas fijan una provisión ya dada que no puede ser ignorada o pasada por alto a lo largo de la vida. No obstante, no basta con poseer las semillas, es pertinente forzar su despliegue, es decir, superar el innatismo y establecer vías para ocuparse de sí. He aquí la segunda cuestión a la que hombres y mujeres están forzados a atender, siempre que anhelen no ser condenados al fuego eterno.

 

Referencia:

Comenius, J. (2012). Didáctica Magna. Ediciones Akal: Madrid.



[1] Ensayo elaborado como producto de la reflexión dentro del seminario Educación, pedagogía y formación en Comenio orientado por la profesora Claudia Ximena Herrera.

[2] Estudiante de Maestría en educación de la Universidad Pedagógica Nacional.

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