Ensayo
o artículo de reflexión
Sobre el
concepto de Hombre en Juan Amos Comenio[1]
“Nada, pues, necesita el hombre tomar del exterior,
sino que es preciso tan sólo desarrollar lo que encierra oculto en sí mismo y
señalar claramente la intervención de cada uno de sus elementos”1
Andrés Ricardo Malaver Toloza[2]
Juan Amos
Comenio (1592-1670) fue un celebre pedagogo de la República Checa, nacido en la
localidad de Komňa, situada en la región sur oriental del país europeo. Sus
ideas respecto a la educación, a la didáctica y a la organización escolar
fueron revolucionarias para la época durante la cual vivió, tiempo límite entre
la edad media y la modernidad. Actualmente sus aportes se siguen considerando y
estudiando de manera profunda en diversas latitudes, pues el legado del moravo
es vasto y conserva tremenda relevancia para los estudios históricos y
filosóficos de la educación.
Así, el presente
ensayo tiene por objeto situar el concepto de hombre en la obra Didáctica
Magna, escrita por Comenio entre 1627 y 1630, y que fue finalmente
publicada en checo cuando corría el año de 1632. No es una cuestión, en el
libro citado, aquella que se refiere al sujeto, pues el educador moravo
articuló sus reflexiones pedagógicas con una apuesta antropológica, de modo que
se apuntaba a la fabricación de los más perfectos individuos que sirvieran
luego al mejoramiento general de los pueblos. Unas décadas posteriores el texto
fue traducido al latín y, con esto, se extendería el reconocimiento del notable
filósofo por todo el continente.
A nivel
escritural, esta es la estructura propuesta: en primer lugar, una introducción
al problema del hombre en Comenio a partir de la definición de tal concepto,
luego, el desarrollo alrededor de los argumentos que se presentarán respecto a
la tarea de cada uno, para alcanzar su verdadera humanidad, y, finalmente, las
conclusiones y referencias que fueron utilizadas durante el texto.
El hombre, tal
como se anuncia en las primeras páginas de la Didáctica Magna, es la criatura
culmen, la más bella y magistral de todas las obras divinas. Nació por la
gracia de Dios, y está hecho a imagen a semejanza del altísimo, por tanto,
guarda una sublimidad encarnada en él. Los formadores de la juventud deben
volver conscientes a cada uno de esta dignidad. Pero, conviene subrayar que,
aunque todo este subyugado y dispuesto para responder a la más postrera de las
especies, no se debe dejar enredar por los asuntos mundanos o terrenales.
Nada más peligroso, para aquel que nació hombre o mujer, vivir sus años de
manera cómoda, holgazana y mediocre, poniendo su cuerpo y entendimiento al
servicio de las cuestiones materiales y dejando de lado las espirituales.
Siguiendo con
tal línea, cada sujeto ha sido llamado a una forma de existencia ulterior. Así
pues, según el autor, se viven tres vidas: la uterina, en la cual se forman los
primeros órganos durante el refugio que proporcionan las entrañas maternas. No
obstante, tal vida no tiene justificación por sí misma, es, mejor, una
preparación para el disfrute en el firmamento cuando se sale a la luz.
Igualmente, la vida corpórea, no ha de buscar durante la estancia de la carne
en el mundo su valía. Es también una etapa en la cual se alista el alma para la
última de las vidas, aquella que sería sempiterna. Teniendo esto de presente,
el hombre debe basar su existencia en una correcta disposición para retornar al
creador, siempre que lo conozca suficientemente (Comenio, 2012). Así pues, si
bien se ve obligado por razones naturales a convivir con el prójimo y a
vérselas con su entorno social y cultural, el esfuerzo de cualquier persona
será inútil siempre que su conducta no se proyecte en clave inmaculada.
De lo
anteriormente dicho se infiere que la empresa a la cual está destinado cada
agente de la sociedad no se inclina a la economía, a la política, a la
industria, al éxito personal, entre otros asuntos de carácter etéreo. Su fin
último está fuera de la tierra, en tanto ha sido llamado -y así lo atestiguan
las sagradas escrituras- a la venerable comunión con el Ser Supremo. La
santidad más pura, que se encuentra en el camino de regreso al Cielo, es el
asunto definitivo que ha de movilizar la conducta de las gentes.
Con todo, hay
tareas o deberes que delinean márgenes posibles para poder alcanzar el fin
último. Estas tareas, relativas a la vida corpórea, se ven forzadas a
considerar aquellos elementos que fueron plantados por la naturaleza para que
hombres y mujeres ejerzan su propia magnificencia durante su estancia en el
laberinto del mundo. Así, los deberes son, al menos, tres: ser, a su vez,
criatura racional, de las otras criaturas, y criatura imagen y deleite de su
creador (Comenio 2012). Tales deberes, como ya se mencionó, están subyugados a
la última de las disposiciones humanas, concerniente al goce con el ser
omnipotente.
Ser criatura
racional tendrá que ver, dice el moravo, con aproximarse a todas las cosas
susceptibles de advertir, ya cercanas, ya lejanas. Se deduce de lo anterior que
el mundo es como una escuela, un espacio que ofrece amplias oportunidades de
conocimiento, en palabras de Comenio (2012), “un semillero” (p.34), del cual
tomamos provecho para posteriormente dirigirnos a la academia eterna.
Por otra parte,
ser dueño de las otras criaturas consistirá en disponer de estas correctamente,
es decir, en utilizar de manera prudente lo que se encuentra organizado por la
acción primera de la naturaleza. Es fundamental no someterse a otras criaturas,
mucho menos a la propia carne, sino actuar de manera sensata frente a lo ajeno
y lo propio.
Finalmente, ser
imagen y deleite del creador residirá en la veneración que enlaza al hombre con
la gracia santificada, motivo por el cual ha de consagrar parte de su vida a la
religiosidad y a las sagradas escrituras.
Ahora bien, la
cuestión a discutir es la siguiente: ¿es suficiente poseer las semillas del
conocimiento, de las buenas costumbres y del Salvador para tornar en humano? Si
se responde afirmativamente a tal interrogante se argumentará que el lazo
hipostático que une a las personas con un ente superior sería lo
suficientemente fuerte como para jalonar el proceso de ascenso que va de la
tierra al cielo. El tránsito de la vida corpórea a la espiritual se
caracterizaría por ser algo así como un a priori antropológico, una condición
garantizada de antemano a los hijos de Dios por haber nacido cristianos. En
tanto imago dei, no haría falta un fallo o juico divino, pues la
salvación estaría resguardada para todas las personas luego de que haya
ocurrido su fallecimiento, indistintamente de su causa.
En contraste, si
se responde el interrogante planteado por la vía negativa, se dirá que no basta
con tener los gérmenes innatos, es pertinente allanar el terreno para que
prosperen, que se expandan. Por tanto, al innatismo se le añaden las
operaciones que el sujeto efectúa por sí mismo sobre sí mismo, o las que, por
ejemplo, un maestro ejerce sobre un alumno para lograr un cometido particular,
sea o no explicito, por ejemplo, que deje de ser un estulto, que se vuelva
honesto, que sea misericordioso, etc. En suma, el “[…] hombre se desarrolla
por sí mismo […] pero no puede llegar a ser animal racional, sabio, honesto
y piadoso sin la previa plantación de los injertos de sabiduría, honestidad y
piedad” (Comenio, 2012, p.61).
En tal lógica,
si bien no es posible prescindir de los injertos más puros con los cuales los
individuos son dotados cuando nacen, no serán, en lo absoluto, suficientes como
para no actuar frente a la realidad de una manera decidida, con la intención de
hacer que tales semillas produzcan fruto. La hipótesis comeniana sobre el
inacabamiento de hombres y mujeres toma relevancia. En tal medida, el sujeto es
alguien que, aunque conserve el sacro lazo que lo une con el todopoderoso, debe
procurar, valiéndose de sí mismo o de otros, encontrar caminos, -por la vía
cristiana- que lo conduzcan a un desarrollo futuro. En síntesis, no se puede
pensar que haber nacido homo sapiens garantiza la redención, pues el goce
eterno con el creador será asignado únicamente a aquellos que, como ya se
mencionó, han trabajado sobre sí o le han concedido a otro la función de
hacerlos mejores.
Al respecto
menciona el pedagogo checo que “conviene formar al hombre si debe ser tal”
(Comenio, 2012, p.55). Consecuentemente, se habrán de ejercitar las
disposiciones naturales para que se represente la obra de Dios en el mundo, a
través de la facultad de conocer, de dominar a los otros y de ser piadoso. Lo
que se juega, con el panorama planteado, es la formación para la plenitud. Si a
todos es precisa la enseñanza, según lo aseveró el pedagogo europeo, no es por
capricho o irracionalidad, sino porque las prácticas pedagógicas son
concomitantes con la fabricación de los hombres bien acabados. La definición de
hombre como animal disciplinable, que expone el moravo, se cruza con los
ejercicios que, desde la primera infancia, se han de seguir en las escuelas si
se quiere verdaderamente lograr una enmienda de los asuntos humanos.
Entonces, hará
falta reformar los recintos escolares para que se encaminen de manera efectiva
a responder al arte supremo, a la pampedia, esto es, a la educación universal,
a través de libros panmetódicos. Todo el método que se defendió en la Didáctica
se dirigiría más allá de las cuestiones escolares, aunque las examine de manera
directa. Así que la escuela sería, tomando las palabras del autor, aquel taller
tipográfico cuyo cometido es imprimir en la sociedad el arquetipo de humano
perfecto. Las indicaciones anotadas, apenas de carácter preliminar sobre mapa
utópico que atraviesa el magno proyecto político-pedagógico de Comenio,
tendrían como virtud formar individuos libres de errores desde la más tierna
A modo de
conclusión, se dirá que el problema del hombre, en Comenio, es un problema de
naturaleza técnico, en la medida que cada sujeto está obligado a realizar
cierto tipo de prácticas ejercitantes -algunas en la escuela y otras por fuera
de tales instituciones- con el objetivo de que pueda superar el umbral que
comparte con los animales y alcanzar su más absoluto grado de excelencia. En
pocas palabras, hay que trabajar por hacerse hombre. Tal trabajo debe
considerar, por lo menos, dos cuestiones: los elementos innatos, es decir, las
semillas que fueron plantadas en todos los hijos de Dios por la gracia divina
al comienzo de la vida. Éstas fijan una provisión ya dada que no puede ser
ignorada o pasada por alto a lo largo de la vida. No obstante, no basta con
poseer las semillas, es pertinente forzar su despliegue, es decir, superar el
innatismo y establecer vías para ocuparse de sí. He aquí la segunda cuestión a
la que hombres y mujeres están forzados a atender, siempre que anhelen no ser
condenados al fuego eterno.
Referencia:
Comenius, J.
(2012). Didáctica Magna. Ediciones Akal: Madrid.
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