martes, 30 de junio de 2020

Leer y escribir 7

Leer y escribir/historias de vida/autobiografía


Ejercicio autobiográfico

LLEGAR A SER MAESTRA… ¡Y DE CIENCIAS SOCIALES!

Cielo Katherin Gambasica Díaz[1]

No creo que el ser maestra sea una vocación, ni que provenga de un deseo incrustado en mí ser desde el momento mismo de mi nacimiento… Creo que es una elección que se da en medio de las experiencias de vida, aquellas que nos llevan a constituirnos como sujetos. 
Y mi experiencia comienza con mi vida escolar… Desde niña tuve un fuerte deseo por aprender, mi mamá, quien ha estado a mi lado en cada paso de la vida, me enseñó las primeras letras, los números, a tomar un lápiz, a leer… y luego apareció un deseo… el de ir a la escuela, ¡yo misma le insistía con que quería ir!

Y fue difícil ingresar a ella… como nunca estuve en un jardín infantil no tenía cupo para colegio, y mi mamá enfrentó la lucha por conseguir uno… y una vez en él, ¡que aburrido!yo quería leer, escribir y aprender, pero la profesora solo nos ponía a jugar con plastilina y a hacer bolitas de papel, que además me quedaban mal, ¡me frustraba!... y pasaron los años y la frustración nunca se fue, me aburría mucho en la escuela...[2]

Durante mi vida escolar en varias ocasiones consideré ser maestra… Veía en mis profesores un ejemplo a seguir y me interesaba en especial cómo llegaban a “saber tanto”, a conocer; ello despertaba mi curiosidad… Los profes sabían, pero no podían enseñar mucho, no tanto como yo quería, porque mis compañeros de clase se atrasaban y tardaban mucho en comprender cosas que para mí eran muy sencillas. 

La admiración no siempre significó un camino a seguir, a veces fue reconocimiento de lo difícil que era “aguantar” a cuarenta niños inquietos en un salón de clases, así lo veía en cuarto de primaria, cuando la profesora Nelly, mi directora de grupo desde tercero, le decía a mi mamá, “tiene una futura profe” (ello me espantaba), cuando ella misma –la profe-, me entregaba marcadores y me encargaba escribir las lecciones en el tablero o poner alguna actividad, por lo general “dibujo libre”, para que mis compañeros la hicieran mientras ella llegaba al salón. 

Me gustaban las clases en las que podía leer y conocer grandes historias, al principio fantásticas y luego reales, y me motivaba el poder comprender como todo sucedía, como un hecho llevaba o desembocaba en otro, como vivían las gentes antiguas… y mi curiosidad por la Historia (primeros pasos de mi interés incipiente por las Ciencias Sociales), no se detenía en la escuela. A casa llegaba a buscar los libros para saber que pasaba con Simón Bolívar y cómo construyeron las pirámides los egipcios, cuáles habían sido los primeros habitantes de Colombia y quienes habían gobernado nuestro país… Estos momentos de conocer representaban también para mí una posibilidad… Esa del poco tiempo compartido con mi padre, figura difusa, que se emocionaba al estudiar conmigo la historia patria, como él mismo la llamaba. Pero también indagaba por la propia historia de mi familia, cosa que incomodaba a mi padre, siempre quiso ocultarla, pero agradaba y agrada aún hoy a mi madre, quien, sin saberlo, siempre ha realizado un ejercicio de memoria conmigo y con mi hermano al contarnos aquellas historias que le contaban mis abuelos, la forma como vivieron en el campo, sus tradiciones y prácticas.   

Tuve buenos y malos maestros… aquellos que al recordarlos desde el hoy sigo considerando como un ejemplo de la maestra que quiero llegar a ser, pero también quienes representan para mí los pasos a no seguir… maestros que hicieron que le tuviera fastidio a las clases de ciencias sociales, pues eran solo el calco de mapas, mapas y más mapas, sin entender nada más… habían quedado atrás las grandes historias y la curiosidad por conocer sobre el mundo, reprimidos por un ejercicio mecánico y sin sentido.
Casi al final del bachillerato, en las épocas en que trataba de definir un camino a seguir, conocí al profe Henry, quien me llevó a considerar y ampliar mis perspectivas del mundo. Volvieron las grandes historias pero esta vez no solo hablaban de relatos oficializados, sino de pueblos que luchaban día a día, de seres humanos que la encarnaban a través de sus vidas cotidianas, de las dificultades a atravesar por los desposeídos, de mundos por construir en los que desaparecieran las guerras y la igualdad y el bienestar de todos estaría por encima del enriquecimiento de unos pocos… Una utopía…  

Fue así que mi profe me motivó a entender la realidad y al ver mi interés me posibilitó el participar en espacios colectivos como grupos de estudio, plataformas sociales y “parches” de universidad que aportaron para definir mi interés hacia las Ciencias Sociales, pero no únicamente desde el lado disciplinar, sino desde lo educativo como posibilidad de seguir comprendiendo, interpretando, construyendo y transformando la realidad con otros. Y también me enseñaron nuevos sentimientos de comunidad, colectividad y lucha, así como búsqueda de justicia social.  

Y así nació un proyecto… decidí que quería ser maestra de Ciencias Sociales porque entendí que la educación es un lugar de lucha, ese desde el cual buscar la estrechez de la brecha de desigualdad en la que nos mantiene la ignorancia, y también la búsqueda de la lucha por construir un mundo mejor con quienes me encuentre en mi camino como educadora, cada uno desde su propio lugar, desde sus decisiones personales, desde su estilo de vida, desde la empatía. Y qué mejor para construir una conciencia colectiva que conocer las luchas de los pueblos… ahí la elección de la Historia y las Ciencias Sociales como área de mi ejercicio. Pesaba también el idealismo de la adolescencia, donde el construir otros mundos es un propósito loable y deseable…

Recuerdo en el tiempo de estar reflexionando sobre mi camino de vida haberle preguntado a Henry ¿por qué era maestro? A lo cual respondió… ¿Qué otra cosa puede hacer alguien a quien le gusta leer y estudiar? Curiosa respuesta, aun hoy no acabo de entender su fundamento, pero en ese momento me hizo también pensar que era un camino posible para mi… amante de mis estudios y con ansias infinitas por aprender… ¿Podía también el ser maestra un camino que me permitiera encontrar felicidad conociendo al enseñar? Aunada a la figura de saber que algunos maestros habían representado para mí, la respuesta sería afirmativa. 

Luego vino la decisión de presentarme a la universidad… 
Provengo de una familia de bajos recursos económicos, y a pesar de que siempre mis profesores resaltaban las capacidades que mi hermano y yo teníamos para el estudio, después del bachillerato se negaba la posibilidad de seguir por este camino. Principalmente mi padre era quien nos lo dejaba en claro con frases como “la universidad es para la gente pudiente”, “para nosotros es imposible pensar y aspirar a algo así”… Por el contrario, mi madre ha sido siempre el más grande apoyo, quien me motiva a crecer, a intentar, a soñar, a luchar…

A escondidas de mi padre me presenté, aprobé todo el proceso e ingresé a la licenciatura en la Universidad Pedagógica Nacional. Cuando ya estaba inscrita le conté todo, desapareció la negación de su parte y aparecieron la esperanza y el apoyo. 
Durante el tiempo de formación surgieron varias dudas, ello debido en parte a que fueron pocos los espacios en que tuve contacto con el ejercicio profesional en el aula lo que en cierta medida dificulta el reflexionar sobre la práctica y definir si se está en las condiciones o no de ser maestro. 

Y a la par que me fui formando, mis ideas fueron cambiando. Me concentré en lo académico, pesó más mi compromiso como estudiante, la responsabilidad, que el seguir compartiendo los espacios colectivos a los que había pertenecido en tiempos anteriores… También me desencantó la lucha… los radicalismos de la revolución que se proclaman anacrónica e indiscriminadamente por los espacios externos a las aulas que componen la universidad cada vez se tornaron para mi más absurdos y excluyentes… El maestro combativo que se promovía en asambleas y parches no logró que me identificara con el… 
Se fue disipando el idealismo inicial de cambiar el mundo y a la vez consolidando mi lugar de lucha, ya no desde lo colectivo, sino desde mi ejercicio como maestra en el aula, pensando en la escuela. Fui y soy una estudiante y maestra más académica que “políticamente” comprometida y defiendo mi derecho a serlo, pues hay múltiples lugares de lucha, pero el proyecto sigue claro… la educación es un lugar de transformación y movimiento hacia el cambio.    

La primera vez que estuve completamente a cargo de una clase fue cuando realicé mi proyecto de grado. Fue una decisión personal el acudir al espacio escolar, ya que en la licenciatura se ofrecen diferentes opciones e incluso es posible egresar de la misma sin nunca haber puesto un pie en un salón de clases bajo el rol de maestro. 
Ese primer día es un bonito recuerdo… Fue en el colegio Almirante Padilla, curso 1003. Tenía todo un plan para desarrollar, ajustado a las necesidades de mi proyecto. Recuerdo que ese día, mientras me dirigía al colegio pensaba en los días en que yo era la estudiante, y como ahora pasaba a estar del otro lado, yo era la maestra… Aquello que alguna vez pareció tan lejano, tan difícil de lograr, poco a poco se iba materializando. 
Disfruté mucho la clase con los chicos. Hice con ellos un ejercicio de lluvia de ideas acerca de lo que pensaban sobre el proceso de paz y cómo veían a los actores del conflicto.  Fue un ejercicio productivo que alcanzó los objetivos que me había trazado, me dio gran impulso, satisfacción y aliento para continuar mi ejercicio como maestra.

Las siguientes clases fueron diferentes, los estudiantes se fueron mostrando más en su naturalidad a medida que avanzó el tiempo. Así, hubo algunas clases agradables, otras tensionantes y complejas, y fue allí cuando descubrí que ser maestra trasciende el llevar a cabo objetivos, que por más esfuerzo y perfección con la que se estructuren los planes de clases, siempre están abiertos al fracaso… Se debe estar dispuesta a actuar frente a la incertidumbre, a la frustración y la contingencia, y comprender que no necesariamente eso que se trata de enseñar llega sin barrera alguna al sujeto que se tiene en frente.
Terminó mi ejercicio de la práctica y tuve un momento muy grato, el agradecimiento por parte de mis estudiantes, una especial carta de despedida hecha por uno de ellos y una anécdota para siempre, el que ellos me quisieran escuchar (nada más motivador para mí como maestra)… La anécdota va de la siguiente manera:
“Para cerrar la práctica había planeado una actividad lúdica de retroalimentación y autoevaluación. Por indicación de mi tutor había hecho una carta de despedida para mis estudiantes. El tiempo transcurrió muy rápidamente, ya casi se terminaba la clase y entonces les dije a los chicos, así como ustedes se autoevaluaron, yo también hice una pequeña reflexión para despedirme… en el momento en que terminé la frase, sonó el timbre, ya era hora de la siguiente clase… 
-Muchachos, ya no alcanzamos a leer la carta que les traía, vayan a su siguiente clase, espero que hayan aprendido algo conmigo y que nos volvamos a ver en otros espacios.
-Profe, no importa el timbre, nosotros queremos saber que escribió en la carta, ¡léanosla! 
-Ya es tarde, el profe de la siguiente clase debe estar esperando afuera para entrar, me da pena con el quitarle tiempo… 
-Profe, no importa, queremos escucharla, no la vamos a dejar salir hasta que la lea, el profe Marcos no va a decir nada”… 
Así, leí la carta, contando con la completa atención de mis estudiantes, al final sonó un aplauso y los ellos salieron hacia su siguiente clase dando las gracias.”

Antes de salir, un estudiante me entrega su escrito, es una hoja que se encuentra prácticamente en blanco. Adrián, ¿por qué no escribiste nada?, siempre trabajaste en clase, ¿qué pasó hoy? Profe, me responde, cuando esté lejos del salón voltee la hoja y léala. Se despide y sale del salón. Termino de recoger los materiales y me disculpo con el profesor Marcos, ¡qué pena haber ocupado el salón más del tiempo que corresponde! Con una sonrisa el profe me responde que no hay problema. 
Salí del salón y di la vuelta al escrito de Adrián: 


No dejo más escrito que va… 
Feliz viaje profe 
Sé que con el tiempo nos 
volveremos a ver 
Que el destino nos volverá 
a acercar una última 
vez y ver que hay 
de nuevo en nosotros. 
Dejo un “te extraño” grato y 
un gracias por lo enseñado. 
No sin despedirme doy 
gracias por todo 
HASTA PRONTO!!!


Tiempo después inicié mi ejercicio en el ámbito laboral bajo nuevas dinámicas que generan día a día cuestionamientos y desencantos. En la búsqueda de empleo me he encontrado con varias dificultades, ha sido constante el que en cada entrevista aparezca la pregunta por mi edad y se relacione con mi posibilidad de ejercer la autoridad como maestra… ¿Entonces, tener manejo de grupo, conservar el respeto y la responsabilidad en el ejercicio se traduce en tener determinada edad? ¿Ser joven desautoriza siendo maestra?
A pesar de lo anterior he logrado vincularme al ámbito laboral en colegios privados, en los que infortunadamente me he encontrado con difíciles condiciones: salarios por debajo del escalafón, contratos a 10 meses, recursos didácticos limitados, sobrecarga laboral, tareas burocráticas que quitan tiempo valioso al ejercicio educativo, baja motivación y reconocimiento, nulas discusiones pedagógicas, docentes con años en la misma institución que gozan de privilegios frente a las directivas aunque su ejercicio se encuentre desactualizado, anquilosado… 

Y miradas excluyentes que he tratado de transformar… a pesar de que los colegios en que he laborado no son de gran prestigio, cuentan con ideas excluyentes y discriminatorias frente a los colegios del sector oficial, promovidas desde las mismas directivas y hasta por compañeros maestros… es constante y abusiva la comparación, ¡Muchachos, eso se queda para los de los distritales! Afirman… y delante de ellos… ¿Profe, conoce usted de colegios distritales? Dígales a estos chicos… ¿Verdad que en esos colegios ya no tienen respeto y ni siquiera se ponen de pie a saludar cuando alguien ingresa al salón? Chocante y difícil cuestionamiento a responder… He estado en colegios distritales… yo misma soy egresada de un colegio distrital de la localidad, y no considero que ser o haber sido parte de ellos sea un determinante para comportarse de x o y manera, no nos hace menos… A hurtadillas, para evitar confrontaciones con las directivas, siempre he insistido a mis estudiantes: nadie es más o menos que nadie…         

Así mismo, los estudiantes también han representado un reto. Todo mi ejercicio como docente lo he llevado a cabo en la localidad de Usme, en instituciones, relativamente cercanas espacialmente hablando. Uno de los supuestos a los que tuve que enfrentarme este año fue justamente, el que debido a que los estudiantes provienen de espacios y condiciones sociales similares, sus comportamientos y dinámicas escolares podrían ser cercanos… Nada más equivocado. En realidad, desde la experiencia ahora puedo decir que estas dependen en gran medida de la normatividad establecida por el colegio y las formas de autoridad que se les dan a los maestros en el mismo. 

En los colegios privados el estudiante es un cliente, y como cliente, tiene derecho a exigir… las normas son móviles a capricho de padres y estudiantes… Profesora, recíbale los trabajos, ya pasó un mes de la fecha de entrega, pero debe recibirle, los papás de este chico son grandes colaboradores de la institución y no queremos que decidan buscar otra… Profe, mire a ver como resuelve el problema con el estudiante, los papás de él son bastante complicados, así que nada que hacer, nosotros no le podemos ayudar, hágale observador… -¿aunque tenga ya 10 observaciones?- si profe, nada más se puede hacer. 

Cada día convivo también la subjetividad de mis estudiantes, no pierdo de vista el que mi ejercicio profesional se desarrolla con seres humanos, particulares, diversos, con sus propios errores y aciertos. Sin embargo, siempre hay cosas que me sorprenden, actitudes que son difíciles de manejar, comportamientos que son imprevisibles y que me ponen a prueba como maestra, como persona, problemas sociales, familiares, emocionales y afectivos que llegan al aula y que algunas veces simplemente se convierten en un elemento para repensar lo que llevaba para la clase, o que se configuran como barreras para que el estudiante que tengo frente a mi aprenda.   

También ha resultado complejo el ambiente laboral. Antes tomaba en broma esas imágenes que se difunden por redes afirmando que “el peor enemigo de un docente puede ser otro docente”, sin embargo, a partir de la experiencia lo he repensado… tal vez no se trate exactamente de “enemistad”, sino de un tipo de relaciones que se han configurado al interior de las escuela (tal vez también de otras instituciones), en las cuales quien quiere ser cercano a los jefes y lograr su permanencia a veces lo hace desde el juego sucio de informar sobre comportamientos de sus compañeros que le parecen “inadecuados”, quien llega tarde, quien les da “demasiada” libertad a los estudiantes, quien no se “pone la camiseta” para las actividades del colegio, entre otras. 

En este mismo sentido se encuentra la inestabilidad laboral, llegar a noviembre y no tener certidumbre de si se tiene o no trabajo para el año siguiente, esperar una llamada en enero para saber si se “renueva contrato”, o si simplemente, sin decir más palabras, se ha prescindido de nuestros servicios. 
Todos los elementos y anécdotas que he descrito anteriormente han sido condiciones que me han configurado como la maestra que soy hoy en día, cargada de proyectos y sueños, no sin obstáculos, aun con esperanzas, con ganas de utopía y sin renunciar a la reflexión sobre mi quehacer. Sigo sintiéndome feliz y motivada cuando desarrollo las clases con mis estudiantes, y he entendido que una de las partes más bonitas de ser maestra es el aprendizaje constante, ese del cual he tenido sed toda la vida… 
De parte de algunos estudiantes recibo cariño y agradecimiento, y nada me emociona más que el ver que ellos logran entender y cuestionar todo cuanto a su alrededor compone el mundo social y al igual que yo, cuando fui estudiante de colegio, llegan a soñar con construir un mundo mejor… ello me hace pensar que no me he equivocado de camino, que desde mis particulares formas de enseñar día a día me constituyo como una excelente maestra y voy aportando a ese proyecto que desde mi experiencia de vida surgió… contribuir a la transformación social desde la educación. 


[1] Egresada. Especialista en Pedagogía. 2020.1 UPN. Licenciada en Ciencias Sociales. Elaboración del ejercicio autobiográfico durante el Seminario de Historia de la Pedagogía 2019-II 
[2] La letra cursiva que se encuentra a lo largo de este documento representa una voz interna que expresa discontinuidades y cuestionamientos en el relato, entrecruzados por fuertes emociones, sentimientos y pensamientos reflexivos que van evocando

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