Ensayo o artículo de reflexión
El cuerpo de los “otros”
Los harapientos, los expósitos, los gamines y los indeseables
Carold Andrea Hernández Gómez*
“…Estos seres abandonados formarían una masa social indefensa, por su curia y miseria, cultivadora y emanadora de gérmenes patógenos que llevaría a todas partes las más crueles y mortíferas epidemias como el tifo, la viruela, la peste, la cólera, la tuberculosis etc., prontas a subir y atacar sin misericordia las más altas capas sociales… “
Camero, Gabriel (1910)
Este texto presenta a grandes rasgos las preocupaciones y sospechas que se fueron tejiendo a finales del siglo XIX y principios del siglo XX en la sociedad Santafereña sobre la enfermedad, la higiene, la limpieza, la salud, el desaseo, el hedor, que circulaba por doquier sin ningún control, especialmente sobre los cuerpos putrefactos de aquellas carnes en constante descomposición, laceradas por el frío, el hambre, la miseria y el sudor. En este sentido, la mirada se centró particularmente sobre aquellos focos cargados de descuido y promiscuidades; los pobres, el pueblo, pero, sobre todo, aquellos -indeseables- arrojados a las calles, los chinos o gamines, vagabundos, descalzos y harapientos que pululaban y eran parte del paisaje capitalino. Aquellos que acrecentaban las epidemias, los desechos, el atraso, la barbarie y se convertían así en un peligro social y moral para las élites.
Con lo anterior, se desplegaron una serie de prácticas, instituciones y saberes que instalaron unos mecanismos de intervención para contrarrestar este fenómeno, el cual era una amenaza inminente para la cultura y el progreso de los intelectuales y los “nobles” de la época. A partir de estas situaciones surgen interrogantes como ¿Qué tipo de estrategias y dispositivos circularon para higienizar los cuerpos de los más “pobres”? ¿Cómo se fueron articulando los discursos para intervenir y erradicar los “focos de miseria e infección”?
La imagen de las calles capitalinas, sus plazas, las iglesias, los parques, fueron escenarios que comenzaron a verse invadidos por una serie de sujetos, que por diversos motivos no tenían un familiar que los acogiera; seres que carecían de un hogar y que luchaban por su sobrevivencia, se nombran los “gamines” los niños abandonados, los huérfanos, los expósitos, los pilluelos, los vagos, los muérganos o los chinos . Esos sujetos proliferaban en las calles, en los conventos, en los hospicios, en los sitios de caridad; su cuerpo estaba impregnado de suciedad y de infecciones, su rostro reflejaba el hambre y sus ojos la profunda miseria e indiferencia de una sociedad beata que, dándose golpes de pecho, cerraba los ojos ante la realidad acusante. Son llamados los niños, niñas y jóvenes del olvido. Ellos se hicieron una constante en distintos sitios, estaban presentes en el tejido y la voz de cada época. Ellos/as aparecen inmersos en un engranaje sociocultural que los nombra y los ubica de forma diferente de acuerdo con las necesidades, vínculos y estrategias de cada periodo histórico.
Así lo develan los archivos y documentos que muestran un panorama de temor higiénico y malestar proveniente de médicos, higienistas, ingenieros sanitarios, intelectuales, damas de sociedad. Mirada que se posa sobre los cuerpos míseros, con prácticas primitivas que ignoraban los beneficios del agua y la ropa limpia, más aún, seres que trasegaban sin ninguna protección o auxilio.
Una piel negra, áspera, seca, marchita, cubre sus huesos; el pecho lo forma un esqueleto óseo descarnado, flaco y cadavérico; el vientre reposa sobre el esqueleto óseo de los lomos, y forma así una grande excavación que parece denunciar la capacidad alimentaria de otros tiempos; y no hablemos ni de su estado mental o moral, y menos del acopio de gérmenes que aquellos organismos encierran. (Gómez J. 1989, p. 37 citado por: Noguera C., 2003, p. 62)
Esos fragmentos van tejiendo una serie de imaginarios que ponen a circular prácticas que recaen sobre estos sujetos, pues sobre ellos empieza a ceñirse inicialmente la indiferencia, pero posteriormente se da una sospecha y desconfianza de que amenacen la integridad y el bienestar de las personas o familias acomodadas. Asimismo, bajo un poder moralizador y religioso se habla de que son pobres cristianos que merecen la misericordia y caridad de aquellos bienaventurados que, si han tenido un techo y una familia, esto coexiste con la preocupación por la higiene y las buenas costumbres que circularon desde finales del siglo XIX hasta principios del siglo XX –particularmente-
(…) actualmente las plazas todas de la ciudad y especialmente la de la Concepción, contemplan con estos menores un problema de extraordinaria gravedad, ya en lo que se refiere a los niños en sí, cuya salud se está minando con las emanaciones pútridas de las frutas en descomposición, ya por el estado del pavimento de los patios que en tiempo de invierno se convierten en pestilente lodazal; pero aun cuando esta última causa no subsistiera, no por eso dejaría de ser perjudicial para la salud de los mismos el estar en contacto directo con los víveres y respirando un aire viciado. Refiriéndonos a los gamines que pululan por la plaza, acosados por el hambre agregamos: no es menos repugnante y perjudicial, bajo el punto de vista de la higiene física y moral, el espectáculo que presentan los gamines que a diario pululan por la plaza, escogiendo las frutas en descomposición que arrojan las expendedoras de estos artículos… (El Tiempo, 1924 citado por: Pachón & Muñoz, 1991, p.160)
Pero ¿Cómo controlar la “epidemia” de tantos menores que no tenían a nadie que los vigilara y los educara? ¿Cómo lograr que la falta de higiene y la miseria no se acrecentara? ¿Qué tipo de intervención era pertinente para ellos y ellas? Este tipo de fuerzas y tensiones conduce a que una serie de instituciones emerjan y se establezcan como lugares propicios para asistir y prestar ayuda a esos niños y niñas desvalidos como a otros sujetos que vivían en las calles; se empieza a hablar de sitios como habitaciones higiénicas, Beneficencia, Hospicios, Casa de Recogidas, Orfanatos, Asilos, sitios que funcionaron con inversiones de instancias gubernamentales y en gran parte con dineros privados o donaciones. Entre los entes que colaboraron se hallaban las Juntas de Habitaciones obreras, el Instituto social en Bogotá y el Banco Central Hipotecario.
Una de las primeras instituciones a la cual se les encargó dicha misión de higienizar y de moralizar a la población más infeliz y vulnerable, fue la Beneficencia de Cundinamarca.
La primera institución de beneficencia que se creó en Colombia fue la del Estado Soberano de Cundinamarca. Fundada el 15 de agosto de 1869, la Beneficencia de Cundinamarca empezó sus labores de asistencia en tres frentes: hospicios de niños expósitos, asilos de mendigos, niños desamparados, locas y locos y el Hospital de San Juan de Dios. El Asilo de preservación para niñas desamparadas, que separaba a las niñas de los niños en una institución especializada, fue reconocido solo en 1919 a través de la Ordenanza No. 65 de mayo 30 del citado año. (Sànchez Salcedo, 2014, p. 68).
Dentro de estos lugares se instauraron una cantidad de prácticas en aras de propiciar un cambio y evitar una epidemia de mayor magnitud a las ya presentadas en la época, se buscó controlar, aislar y conducir a los hijos e hijas de la calle. Respecto de esto, el cuerpo aparece como el lugar preponderante para ceñir dichas intervenciones, sobre este lugar van a recaer diversos ejercicios de control y sujeción, pues los cuerpos débiles, inestables, desnutridos, sifilíticos, carentes de un seno materno y de la familia, expuestos al hambre, miseria y suciedad, sin ninguna alimentación orgánica o espiritual, son nichos que encarnan las enfermedades y la degeneración.
La estrategia del poder moral actuará como dispositivo colocando la idea con predominio sobre el cuerpo, el cuerpo será sometido al reino de las ideas; (…) no sometido a la ley natural y divina, sino, a la ley civil y social. (Herrera Beltrán, C. X, 2011, p, 500)
En consecuencia, se requería de una intervención a través de la cual se higienicen, no sólo hablando de limpieza sino de nutrición, con posturas acordes, mobiliarios, prácticas sanas, normas y arquitectura pertinentes para un nuevo mundo industrializado que se estaba gestando en el país. La vigilancia, el disciplinamiento y el castigo se impregnaron en el cuerpo de los harapientos y expósitos, pues los “ejes” de misericordia, piedad y caridad cristiana establecían prácticas y oficios encaminados a garantizar la buena instrucción de estos niños pobres, en aras de alejarlos de las calles, la miseria y la delincuencia.
Generalmente, se daban lecciones de aseo, limpieza, primeras letras, que supieran leer, escribir, contar y ejercer la moral cristiana, combinado con ejercicios militares para los niños y nociones de agricultura.
Una vez ubicado en el Asilo, la estrategia de intervención que se impartía a los menores cumplía, de modo general, un mismo esquema de instrucción, formación religiosa y actividades productivas. El tipo de instrucción (civil y/o militar), así como las labores productivas a desarrollar, fueron diferentes según el sexo y la estrategia pedagógica seguida por el establecimiento. De modo general, la instrucción combinaba “clases de lectura, escritura, doctrina cristiana y aritmética” (Junta General de Beneficencia de Cundinamarca 1919 citado por: Sánchez Salcedo, 2014, p. 83)
Se buscaba que el trabajo, la práctica de higiene y la obediencia fueran los pilares de estas almas; que de forma individual se convirtieran en virtuosos, sirvieran a la patria y se alejaran de ser los que albergaban gérmenes, suciedad y lo malsano. Su rutina de trabajo iniciaba desde muy tempranas horas. A cada uno se le asignaba un surco para que lo cultivara, pero adicionalmente tenían otras labores de acuerdo con su sexo. “El trabajo inclinaba hacia lo útil, alejando la infancia de la indolencia y la imaginación. De allí que fuera fundamental trabajar antes que jugar o perder el tiempo” (Herrera Beltrán, C. X, 2011, p. 508)
Pero dichas prácticas de intervención también se aplicaban de forma diferenciada, pues mientras el universo masculino giraba en torno a lo militar, la destreza, el manejo de armas; el universo femenino estaba encaminado al servicio doméstico pues muchas de estas niñas eran entregadas como sirvientas o empleadas para las casas de familias adineradas. Posteriormente, en varios sitios de beneficencia empieza a darse la enseñanza de otros oficios como herrería, latonería y carpintería. Bajo la mano de la misericordia y la caridad cristiana se les mostraba a aquellos niños y niñas que si eran virtuosos tendrían la salvación y una mejor vida en la eternidad, mientras tanto debían engrandecer la patria, servir con humildad y sumisión pues la instrucción que se les brindaba era acorde a su posición humilde, a la jerarquía social y la división sexual, se buscaba moralizar e imprimir de buenas maneras a estos niños y niñas, para que no fueran una vergüenza para la sociedad.
Finalmente, en el cuerpo de estos sujetos se imprimieron diversas prácticas de disciplinamiento, intervención y control desde un dispositivo pedagógico, jurídico, médico y moralizador. En aquellas instituciones que los albergaban, si bien se daba una estrategia de individualización, también se buscaba regenerar el cuerpo de ellos, con modalidades de vigilancia, castigo, manejo del tiempo , producción y trabajo. Siguiendo los postulados de Foucault se da una anatomopolítica, donde se controla la conducta, el comportamiento, las aptitudes, para situar a estos sujetos en lugares útiles.
Uno de los polos, al parecer el primero en formarse fue centrado en el cuerpo como máquina: su educación, el aumento de sus aptitudes, el arrancamiento de sus fuerzas, el crecimiento paralelo de su utilidad y docilidad; su integración en sistemas de control eficaces y económicos, todo ello quedó asegurado por procedimientos de control característicos de la disciplina: anatomopolítica del cuerpo humano. (Foucault, 1984, p. 168-169).
Puesto que era necesario “hacer vivir” los cuerpos de esos “otros” que estaban al margen de la moralidad, la limpieza, el encanto y las buenas costumbres, pero bajo un gobierno de la bio eficiencia, con técnicas que los hicieran útiles, sanos, trabajadores y obedientes para que ya no concentrarán la miseria, el pecado, el abandono, el hedor y las enfermedades.
*Magister en Educación 2019 UPN. Escrito producido en el 2016 cuando era estudiante.
Referencias bibliográficas.
Foucault, M. (1984). Historia de la sexualidad. Voluntad de saber (XIII edición). México: Siglo XXI.
Foucault, M. (1992). La microfísica del poder, Madrid, Piqueta.
Herrera Beltrán C. X. (2011) “Educación física y biopolítica: Un asunto de género en la escuela colombiana” en Scharagrodsky, Pablo Ariel, (comp.) en La invención del homo gymnasticus. Fragmentos históricos sobre la educación de los cuerpos en movimiento en occidente. Editorial Prometeo.
Herrera Beltrán, C.X; Buitrago, N. (2012) “Capítulo III. El cuerpo del niño al interior de la organización temporal de la escuela primaria en Colombia entre 1870 y 1890”. En: Escritos sobre el cuerpo en la escuela: Sujetos, prácticas corporales y saberes escolares en Colombia. Siglos XIX y XX.. Bogotá. Editorial Kimpres Ltda.
Noguera, E. (2003). Medicina y Política Discurso médico y prácticas higiénicas durante la primera mitad del siglo XX en Colombia. Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT.
Pachón, X., & Muñoz, C. (1991). Los chinos Bogotanos a principios del Siglo 1900-1929. Maguaré. Departamento de antropología, Universidad Nacional, 153-163.
Sánchez Salcedo, J. F. (2014). Los hospicios y asilo de la Beneficencia de Cundinamarca entre 1917-1928: discursos y prácticas. Sociedad y Economía No. 26, 65-92.
Vigarello, G. (2006). Lo sano y lo malsano. Madrid, Abada Editores,
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