Leer y escribir
(Desde dónde lo hacemos y cómo lo hacemos) experiencia en educación superior.
Bernardo Galindo y Ximena Herrera*
La lectura y la escritura en el trabajo cotidiano de los maestros atraviesa todas sus prácticas. Cuando no están leyendo (solos o con los estudiantes) están escribiendo (¿?) o están haciendo escribir a los estudiantes. No hay pues, maestro que no tenga relación con estas dos prácticas. Las dos se encuentran en una relación aparentemente complementaria, pues hay que leer para poder escribir y se escribe para que otros lean; sin embargo, esos ejercicios también pueden aparecer de modo paradójico; es decir, puede que se lea y no se escriba o de manera contraria se escriba y no se lea.
Miremos con atención estos dos últimos puntos, empecemos por hablar del leer y no escribir; ocurre con cierta frecuencia que se dan textos a los estudiantes para que sean leídos, pero no hay la exigencia de elaborar un escrito sobre el mismo, no existe el requerimiento de demostrar -a través de algún tipo de esquema o escrito- que el estudiante ha comprendido; es más, no se les pregunta por esas formas de leer. El estudiante simplemente llega (cuando llega leído) con algunas ideas anotadas sobre el mismo texto, otros literalmente lo han leído sin sentirse interpelados a hacer más. Así, la escritura supone un trabajo más, que mientras no sea designado como trabajo escolar no se adelanta. La instrucción era solo leer el documento: trabajo mínimo y esfuerzo mínimo.
Sin embargo, cabría preguntarse por los propósitos de la lectura
en la escuela, ¿leer para disfrutar? ¿leer para aprender gramática? ¿redacción?
¿oratoria? ¿hacer leer para introducir al estudiante en la comprensión lectora?
Lo anterior obliga a preguntarnos ¿para qué ponemos a leer a los estudiantes? ¿cuál
es la intención que se tiene al escoger ciertos textos y no otros?
En el caso de la universidad son muchos los textos (artículos, capítulos, casi nunca libros completos) que se escogen para ser leídos, a veces más de uno por semana y por seminario, lo que aumenta exponencialmente las lecturas a realizar semanalmente. Lo anterior motivado desde el deseo del profesor por ser reconocido desde la vasta lectura que tiene, ̏a mayor lectura mejor profesor˝, podría pensarse. También, posiblemente, por el afán del profesor de abordar la temática propuesta de manera amplia, lo que también tiene un efecto en la consideración a que mayor cantidad de bibliografía garantiza un buen seminario. La experiencia permite afirmar que en los dos casos, el propósito de la comprensión del texto -en tanto dice lo que dice y no lo que el estudiante quiere decir, porque le parezca o no-, no se hace visible sin los ejercicios escriturales. En cada escrito se espera encontrar puntos de vista, la concreción de lo leído, mostrando cada vez mejor, el nivel de comprensión lectora, máxime cuando se espera la escritura individual de una tesis coherente, sustentada de manera adecuada, con una escritura prolija y sin incurrir en plagio.
Sabemos que la escritura alcanza un desarrollo mayor, en tanto son menos las lecturas y más la complejidad de lo exigido, los textos completos centran el ejercicio lector y escritural de modo organizado mediante un tejido coherente y relacional. ¿No es lo que se espera alcanzar con la lectura y la escritura como efecto, en los espacios académicos universitarios?
De allí que cada lectura debe ser trabajada en clase, los estudiantes traen ideas, apuntes, esquemas, pequeños escritos, poniéndolos en discusión con sus pares y con el profesor, quien podrá reconocer poco a poco a cada estudiante, en lo que dice, como en el tipo de relaciones que está construyendo. Su papel, el del profesor, no será el de establecer desde juicios de valor que los escritos son buenos o malos, su papel reside en aportar elementos de sospecha, e inquietud donde no parece existir, poder interrogar los textos y enriquecer aún más el esfuerzo de comprensión que realiza el estudiante.
Ahora bien, miremos la segunda paradoja, escribir y no leer. Los estudiantes realizan escritos que son presentados al profesor, único lector. Al final del semestre, muchos ni siquiera reciben de vuelta ese escrito comentado, corregido, etc., si bien la tarea se cumple, la ocasión de saber qué pasó con eso que escribió, no existió. Se perdió la oportunidad de ir mostrando el modo en que construyó lo escrito, qué tesis intentó defender, si argumentó o no, y tampoco se expuso frente a sus compañeros y profesor al leerlo en voz alta. Escucharse, hace más fácil escuchar al otro, en tanto uno se enfrenta al leer, a sus propios demonios como a su esfuerzo, en un intento por comprender el propio ejercicio escritural. Así es como, poco a poco, se le encuentra sentido a la lectura desde la propia escritura, escribir resulta imprescindible -después de la lectura-, para poder mostrar las comprensiones que se van adquiriendo, las relaciones que es posible construir. Es necesario escribir, es necesario exponer y mostrar, poder discutir con otros eso que se va entendiendo, mirar el texto desde diferentes aristas, pues cada persona tiene su manera de escribir, de leer y comprender, habrá puntos comunes y puntos disímiles, esa es la riqueza, la amplitud que ofrece lo que va ocurriendo en el proceso de formación, y de eso sí que da cuenta la escritura situada, después de una lectura concienzuda y rumiada como lo dijo Nietzsche.
* Profesores de la Maestría en Educación y editores del Blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario