domingo, 18 de diciembre de 2022

Leer y escribir 17

 

Leer y escribir 

Trazos de lecturas entre olas y alas.

 

Piedad Ortega Valencia.[1]

 Quiero empezar con dos autores presentes en mi existencia, el primero, Paulo Freire (2008) quien me inunda siempre de reflexiones, cuando afirma: que la lectura del mundo precede siempre a la lectura de la palabra, y  Estanislao Zuleta (2005),  al hacernos la invitación de que “Leer a la luz de un problema es pues leer en un campo de batalla, abierto por una escritura y por una investigación” (p.4), ambos maestros de la pedagogía y la filosofía  me convocan a la lectura como trabajo, oficio, artesanía, técnica, sensibilidad, con un ingrediente fundamental que es una buena dosis  de deseo.

En estas travesías acerca de la lectura es infaltable, Ronald Barthes (1984) cuando nos dice: Que leer es hacer trabajar a nuestro cuerpo (desde el psicoanálisis sabemos que ese cuerpo sobrepasa ampliamente nuestra memoria y nuestra conciencia) siguiendo la llamada de los signos del texto, de todos esos lenguajes que lo atraviesan y que forman una especie de irisada profundidad en cada frase. (p.42).

Recojo de Federico Nietzsche (1981), dos aforismos en Así Hablaba Zaratustra, sobre leer y escribir, al interrogarnos sobre: ¿Qué tenemos de común con el capullo de rosa que tiembla porque le oprime una gota de rocío? Es verdad:  amamos la vida, no porque estemos habituados a la vida, sino al amor. Hay siempre algo de locura en el amor. Pero siempre hay también algo de razón en la locura” (p.31).

Así, que leo a flor de piel, en silencio, con pausas, entre la razón y la locura, entre amores y desamores, con la nostalgia a cuestas, con preguntas y problemas, entre desvaríos y naufragios. Leo buscando alguna terapia o vitamina que me ayude a lidiar con mis desasosiegos.  Leo aferrándome a una intimidad sin tregua, por ello me encanta leer entre almohadas y cobijas, al compás de Joan Sebastián Bach o Chopin.  También con un cafecito y en variadas situaciones, con un cigarrillo.

Leo conversando conmigo misma.  Buscando-me entre versos, voces, relatos, pasajes y paisajes, en un viaje que emprendo con cada lectura, a modo de una experiencia maravillosa y fascinante en la que vuelo.

No cuento con una teoría sobre la lectura, tengo memorias de los textos que he leído, a los que vuelvo, los que recomiendo y me acompañan en mis espacios cotidianos y formativos.  Y, particularmente en esta puesta en escena, quiero dar cuenta de textos literarios, porque ha sido la manera en que me he ido constituyendo como maestra en un dialogo permanente entre la pedagogía crítica y la literatura. Es un hermanamiento este encuentro. Por ello, buscar, encontrar, irrumpir, nombrar, renombrar, pasar, atravesar, articular, descifrar, desear, leer y escribir son conjugaciones actuantes, a modo de un campanario que me convoca a sumergirme siempre en un espacio-tiempo de complicidades amorosas.

Decir también que siempre leo con un cuaderno abierto (del tamaño y textura que tenga a disposición) de modo, que, leer es escribir, lo que me sugiera el texto, lo que me problematiza, las asociaciones que pueda ir haciendo, las emociones que me suscita, con el ritmo de las olas que me produce, con las imágenes que me dan que “senti-pensar” como lo nombraría Orlando Fals Borda.  Confieso, que no me gusta subrayar los libros, sueño, que el disfrute que estoy teniendo- mientras leo- pueda ser el goce de nuevos lectores(as). Así que cuido el libro como un regalo que tendrá algún destinatario.

De modo, que les ofrezco este pequeño inventario de autoras y fragmentos de sus textos, a partir de las resonancias que me habitan: 

Llevo en mi vientre

Tiempos

sudorosos y

olorosos a lluvias y a tempestades de mujeres,

quienes me acompañan

entre sonrisas y ausencias,

para intentar no extraviarme en este país de despojos y de duelos.

A esta edad

Celebro las luchas

 

De Rosa Luxemburgo, María Cano y Alexandra Kollontay. 

Busco de nuevo a Gioconda Belli, quién me enseñó la exquisitez de la eroticidad en el sabor de mi propio orgasmo, (sola o acompañada) y desde entonces vivo despeinada.

Marcela Serrano (escritora chilena) me entregó en sus relatos la dulzura de una compañía en “Nosotras que nos amamos tanto”, “El albergue de las mujeres tristes” y muy especialmente, leí con extrema urgencia su relato “Para que no me olvides”.

Con Doña Fabiola Lalinde, mastiqué el miedo en el mapa de sus manos, buscando tras su Operación Sirirí, a su hijo desaparecido y con él, a los cientos de desaparecidos en Colombia.

La resistencia la aprendí de Herta Muller (escritora rumana) quien lleva puesto siempre un vestido gris y no le falta su pañuelo húmedo de quebrantos. Cómo no recordar “Todo lo que tengo lo llevo conmigo”, “El hombre es un gran faisán” y “Hoy Hubiera preferido no encontrarme a mí misma”.  Con Herta, aprendí la urgencia de llevar el silencio como equipaje.

Piedad Bonnett (colombiana) y Chantal Maillard (española) me entregaron el valor de escribir sobre el suicidio de sus hijos en: “Daniel. Voces en duelo”. Con ellas escritoras y madres, supe la desgarradura de “Lo que no tiene nombre” y “La compasión difícil”. Evoco uno de los versos de Maillard:

Te supe frágil y desnudo,

tan frágil eras, tan desnudo que

se quebró tu sombra al respirar.

 

De cuándo en vez, recojo las últimas palabras que dejó en el espejo de su cuarto Alejandra Pizarnik:

Recibe este rostro mío,

mudo, mendigo.

Recibe este amor que te pido.

Recibe lo que hay en mí que eres tú.


En tardes envejecidas vuelvo a la narrativa de Marguerite Yourcernar para encontrarme con sus “Memorias de Adriano” y con “Mishima o la visión del vacío”.

María Mercedes Carranza, (poeta colombiana) me dejó suspendida un domingo sin timbre y sin reloj, buscando en “El canto de las moscas”, su desespero extraviado entre tanta mortaja. Cómo no recordar a Dabeiba

El río es dulce aquí

en Dabeiba

y lleva rosas rojas

esparcidas en las aguas.

No son rosas,

es la sangre

que toma otros caminos.


Y, escuchando "El peligro de una sola historia," de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie, sostengo con firmeza la necesidad de escribir nuestros propios relatos.

Con Virginia Wolf, entendí la importancia de tener una habitación propia, en tiempos en que la cama compartida era imprescindible e imprescriptible.

Trago saliva amarga para decir que no pude con el equipaje de mi madre (Q.E.P.D.) y muchas veces la dejé sola masticando soledades en su máquina de coser, leyendo las novelas de Corín Tellado.

Busco en la poesía de Meira del Mar (barranquillera) Dulce María Loynaz (cubana) y Emily Dickinson (estadounidense), las texturas de sus versos para seguir cantando “Soy un corazón tendido al sol”.

Y siempre, vuelvo a la mirada de mi hija, a su voz, a su sonrisa y a su aliento quién recoge y celebra las luchas de las mujeres de esta época y las encarna como regalo de vida, desplegando destellos en su escritura autobiográfica. 

Referencias

Barthes, R.  (1984). El susurro del lenguaje. Más allá de la palabra y la escritura (trad. Nicolás Rosa, 1987). Paidós.

Freire, P. (2009), A importância do ato de ler: em três artigos que se completam, São Paulo, Cortez.

 Nietzsche, F. (1981). Así hablaba Zaratustra. Bogotá: Ediciones Tacarigua.

Zuleta, E. (2005).  Elogio de la dificultad. Medellín. Hombre Nuevo Editores.

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[1] Profesora Maestría en Educación de la UPN.


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