sábado, 30 de noviembre de 2024

Leer y escribir 26

                                                                     

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Apunte sobre la lectura y la escritura en la formación en investigación

 

Juan Diego Galindo Olaya[1]

 Enseñar a investigar no sería otra cosa más que enseñar a construir problemas, lo cual tiene dos implicaciones: por un lado, aceptar que los problemas no están creados, razón por la cual no se trata de develarlos o sacarlos a la luz, como si estos existieran por sí mismos; esperando a que alguien levante el manto que los cubre y los devele (Deleuze, 2017, p. 12); por otro lado, reconocer que un problema no se construye buscando una solución, que aunque importante y necesaria, no es lo que le da sentido al problema mismo, lo cual responde más a una tradición escolar en la cual los maestros dan problemas a sus estudiantes para ser resueltos, haciendo que el problema sólo tenga sentido en términos de su solución (Birck, 2011, p. 215; Deleuze, 2017, p. 11). Así las cosas, ni los problemas, ni sus soluciones preexisten, son el resultado de un ejercicio de creación, de invención, en términos de Gilles Deleuze, son propios del acto de pensar[2]. Por tanto, enseñar y aprender a investigar, requiere la construcción de un trayecto en el campo de conocimientos y prácticas en el que se desea crear problemas, que parten de la lectura y la escritura como sus herramientas indispensables.

Diferenciamos entonces el trayecto de la trayectoria, en tanto este último implica un recorrido por puntos prestablecidos, un plan, una secuencia, en la que muchas veces se sacrifica el pensamiento como creación y en su lugar, ocurre su instrumentalización. Así las cosas, algunas tendencias sobre la enseñanza de la investigación se han reducido a la estructura de un formato, que establece puntos fijos sobre los que se construye el recorrido del aprendizaje, como, por ejemplo: la pregunta, el problema, los marcos, las metodologías, los instrumentos… a partir de lo cual el pensamiento, es decir, la creación de problemas en investigación queda reducido al diligenciamiento de esta serie de puntos. No se trata acá de decir: no al formato, pues resultan útiles para la gestión en investigación, sino más bien decir: ¡no se aprende a investigar diligenciando un formato! De ahí que hablemos de trayecto, pues este no implica una subordinación a la instrumentalización del pensamiento, sino el encuentro por medio de la lectura con sistemas de pensamiento y el territorio propio que se despliega a través de la escritura.

El encuentro lo entendemos como una suerte de conexión intempestiva con la forma en un campo de conocimiento donde se ha construido un modo singular[3] de ver el mundo, a partir del cual emergen preguntas y problemas que despiertan el deseo de dejar de mirar, para -inicialmente- ver a través de sus ojos. Así las cosas, es durante el proceso de formación intelectual de los maestros, en el plan de estudios que les ha sido definido, donde a través de la lectura producen cruces circunstanciales con pensadores que dejaron de mirar para forjarse un modo de ver el mundo, si por esto entendemos, como lo plantea Don Juan Castaneda, que “cuando se aprende a ver, una cosa no es nunca la misma cada vez que la ves y sin embargo es la misma” (Castaneda, 1974, p. 45). El modo de ver se construye a partir de la lectura y la escritura con las que se forma intelectualmente a los maestros, pues son ejercicios de pensamiento a partir de los cuales se traza un trayecto.

Hablamos de cruce circunstancial, pues los libros, los autores y sus ideas pasan, pero muchas veces no nos pasa nada con ellos[4]. Entonces, un encuentro se produce cuando ese modo de ver al que nos aproximamos mediante la lectura construye un paisaje nuevo, que aunque pueda parecer incomprensible inicialmente, despierta el deseo de sumergirnos en su pensamiento para intentar ver de ese modo, que no es otra cosa que una fuerza por tratar de entender el mundo y hacerle preguntas al campo de la educación y la pedagogía, con los lentes que proporciona ese modo de ver que se está construyendo y con el que se inicia la formación en investigación. Es en ese encuentro que se inicia el trazo de un trayecto. Así las cosas, el encuentro es el resultado de una experimentación como ejercicio del pensamiento (Deleuze, 2016, pp. 67–77), si por ello entendemos una suerte de selección en el proceso de formación intelectual, en el que se logre descubrir y decidir formarse en la manera de ver el campo que se quiere investigar.

Forjar un punto de vista propio a partir de la lectura y la escritura de autores con los que se produce un encuentro, resulta fundamental para la construcción de problemas, pues permite distinguir y situar los campos de discusión de los que surgen sus planteamientos y así evitar que éste quede mal planteado al componer mixturas mal analizadas (Deleuze, 2017, p. 15). Así, leer y escribir permite situar los pensamientos, las discusiones, los problemas en una época en la que se gestan, es decir reconocer el territorio que han construido los pensadores y con ellos empezar la construcción de un territorio propio, en el que ese modo de ver permita la construcción de problemas a propósito de las condiciones actuales, o mejor, contemporáneas, en las que se encuentra quien enseña y quien aprende a investigar.

Es a partir del encuentro y del territorio que cobra sentido hablar de perspectivas, enfoques, tendencias en la pedagogía y la investigación, en tanto tienen lugar como herramientas del pensamiento para la construcción de problemas. Antes de ello, sólo son temas en un largo listado. Carlos Castaneda en sus conversaciones con Don Juan nos regala una hermosa imagen para mostrar este ejercicio de construir un territorio a partir del encuentro con un modo de ver para problematizar el campo en el que se quiere forjar un punto de vista propio:

Empieza por acercarte a tu primera planta y observar atentamente cómo corre el agua de lluvia a partir de ese punto. La lluvia ha debido transportar las semillas lejos. Sigue los surcos abiertos por el agua, así conocerás la dirección de su curso. Ahora es cuando tienes que buscar la planta que en esa dirección está más alejada de la tuya. Todas las que crecen entre esas dos son tuyas. Más tarde, cuando estas últimas esparzan a su vez sus semillas, podrás, siguiendo el curso de las aguas a partir de cada una de esas plantas, ampliar tu territorio (Castaneda, 1974 p. 17).

Don Juan es un maestro para Castaneda, quien lo acompaña en un largo proceso para volverse un hombre de conocimiento, de manera análoga, enseñar a investigar requiere que el maestro propicie un encuentro con ese punto de vista que ha venido construyendo en su formación intelectual. La frase desgastada de que “se aprende a investigar investigando”, sólo tiene sentido si ese aprender va de la mano de un maestro que logra producir un encuentro con la lectura y la escritura, así como mostrar el territorio que durante su largo y continuo proceso de formación ha creado, no para que el estudiante sea un seguidor o un admirador, sino para que pueda tomar alguna de las plantas que han crecido en el territorio del maestro y sembrar su primera planta, para así construir su territorio y punto de vista propio.

En este orden de ideas, quien enseña a investigar, es decir, a crear problemas a partir de un territorio intelectual y un punto de vista teórico que es determinante del método y sus instrumentos, no se limita al uso de un manual sobre métodos cualitativos, cuantitativos o mixtos, sino que enseña a partir de un gesto que se ha construido, a partir de sus propios ejercicios de lectura y escritura, en término de Larrosa, enseña a partir de “una cierta forma de interrogación y un conjunto de estrategias analíticas de descripción” (Larrosa, 1995, p. 263).

Referencias

Birck, J.-B. (2011). Crear problemas: elementos para una pedagogía de los problemas, a partir de G. Deleuze. Cuestiones de Filosofía, 13, 212–223.

Castaneda, C. (1974). Una realidad aparte: nuevas conversaciones con don Juan (1a ed.). Fondo de Cultura Económica.

Deleuze, G. (2008). Topología: pensar de otro modo. In Foucault (2a ed., p. 75158). Paidós.

Deleuze, G. (2009). Conclusiones. Diferencia y repetición. In Diferencia y repetición (1a Edición, pp. 389–446). Amorrortu Editores.

Deleuze, G. (2016). La ética según Rousseau. In P. I. Ariel (Ed.), Curso sobre Rousseau: la moral sensitiva o el materialismo del sabio (1a Edición, pp. 67–77). Cactus.

Deleuze, G. (2017). El bergsonismo (1a Edición). Cactus.

Deleuze, G., & Guattari, F. (2006). Rizoma. In Mil Mesetas (7a Edición, pp. 9–32). Pre-Textos.

Larrosa, J. (1995). Tecnologías del yo y educación. Notas sobre la construcción y la mediación pedagógica de la experiencia de sí. In Escuela, poder y subjetivación (pp. 259–332). Ediciones La Piqueta.

Larrosa, J. (2003). Literatura, experiencia y formación. (Entrevista por Alfredo J. Veiga Neto). En La experiencia de la lectura (2a ed., pp. 25–54). Fondo de Cultura Económica. 


[1] Docente Ocasional Especialización en Pedagogía, Departamento de Postgrados, Facultad de Educación. Licenciado en Psicología y Pedagogía, Magíster en Filosofía, Doctor en Ciencias de la Educación. Investigador del Grupo Filosofía, Educación y Pedagogía, Avalado por la UPN y la UPTC.

[2] De acuerdo con Deleuze (2008) pensar no está situado en un objeto que debe ser pensado o en un individuo que reconstruye la realidad en estructuras como formas del pensamiento, en su lugar, se trataría más de un conjunto de cosas, miradas, sensaciones, ideas, prácticas, formas de ser, que se conectan, generando flujos del pensamiento que trans-forman, o mejor, que provocan un devenir capaz de hacer de la vida un ejercicio de realización de lo que se puede, no de lo que se podría, pues supone una serie de opciones ya determinadas, sino de lo que puede en tanto experimenta y se pone en juego en relación con todo aquello con lo que puede hacer conexión.

[3] Desde el punto de vista de Deleuze, una singularidad podría considerarse como un “ punto de partida de una serie que se prolonga sobre todos los puntos ordinarios del sistema, hasta la proximidad de otra singularidad; esta genera otra serie que unas veces converge, otras veces diverge de la primera”  (Deleuze, 2009, p. 411), singularidad que contiene en sí misma la potencia para trazar un trayecto por el que pasa en tanto vive, en tanto experimenta, y que se construye en el instante mismo en que se relaciona con sí mismo, con los hombres y con las cosas.

[4] Larrosa a propósito de la lectura, plantea que para que esta se resuelva en términos de formación, debe lograr establecer una relación íntima entre el lector y el texto, esto es, una experiencia, entendida en sus términos como “lo que nos pasa. No lo que pasa, sino lo que nos pasa”(2003, p. 28). Señala que, si bien tenemos acceso en el mundo a libros de forma inmediata, por ejemplo, a través de internet, no necesariamente construimos una relación íntima con ellos, es decir, son textos que pasan, pero no que nos pasan. En este sentido, se construye una experiencia con la lectura cuando no permanecemos exteriores, ajenos o impasibles a los libros, no es simplemente un consumo, se trata más bien de que la lectura nos forme, nos trans-forme. 

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